Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
-¿Quieres venir?- me preguntó rozando con su lengua mi oído, conquistándome inmediatamente con su voz suave, pero ligeramente rasposa, lo suficiente como para mostrarme que era diferente a las demás mujeres.
Apenas cumplía los 22 años pero su vida la llevaba como una mujer de 30. La encontré en un bar, vestida de blusa negra escotada y de minifalda blanca que apenas le cubría las piernas. Encontré a la mujer que seducía a cualquier hombre y que generaba la envidia de las demás mujeres por la firmeza de sus muslos, por la perfección de sus glúteos, por la delicadeza de su rostro, la exquisitez de sus labios y lo penetrante de su mirada disparada de su par de ojos verdes.
Después de pasar 10 minutos sentado en un banco frente la barra, solitario, divagante, tocándome las sienes con una mano y tomando con la otra mi celular en la espera de alguna llamada o algún mensaje, se acercó ella, la mujer de hermosas piernas, la que muchos denominaban como la reina del mundo, aquélla que nadie podía tocar, la que mencionaban que se reía de los hombres por que decía que era más fácil domar a un hombre que a un animal. Creo que para la gente se hacía llamar Ursula, había diferencias, para ella la gente eran las masas que la observaban y la criticaban por ser como era, las personas aquellos y aquellas que la respetaban y la admiraban por ser lo que era, una mujer, no un objeto.
Se acercó y me preguntó rozando con su lengua mi oído:
-¿Quieres venir?-No gracias - respondí rápidamente. Antes que pudiera pensar y me dejara llevar por mi conciencia excitada por sus palabras y por sus caricias olor a menta.
-Ven, acompáñame - insistió de la misma forma, acentuando las primeras sílabas de cada palabra con su aliento en mi oído y poniéndose de frente para hipnotizarme con su mirada.
-No gracias, espero a una persona - dije confundido mientras ella arrebataba de mi mano el teléfono para apretar con su mano la mía, para después soltarla y recorrer sus uñas por mi brazo.
-¿No te gusta cómo huelo?- insitió.
-Sí, pero no te puedo acompañar, lo siento. - fue lo primero que se me ocurrió
-¿A qué le tienes miedo? - cuestionó asistiendo una vez más a mi oído.
-A nada, pero no te puedo acompañar –aclaré realmente atormentado porque mi mente ya era suya.
-Vámonos de aquí, afuera está mi camioneta, no te voy a insistir más ¿vas?
-No.
-¿Seguro? - al momento en que encontró mi mirada una ocasión más.
-Sólo aquí afuera, es que… realmente espero a alguien –persistí. Después, no pude más.
Acepté arrastrado por su olor y hechizado por sus ojos.
Me llevó hasta su camioneta, una camioneta blanca marca Audi. Al cerrar las puertas sacó de la guantera una bolsa con cocaína, preparó la línea blanca en el asiento y la inhaló.
-Eres periodista ¿verdad?, -preguntó al momento en que se sacudía la nariz.
-Intento serlo, quiero serlo,- respondí mientras le quitaba algunos restos del polvo blanco de su nariz, con tal de acariciar su rostro.
-Muy bien me da gusto, sé que te va ir bien. ¿Quieres? - apuntó la bolsa con la droga.
-No gracias, espero a alguien – era la única excusa que podía decir.
-¿Quieres? - tocó sus senos y su entre pierna – mientras exhalaba suave y profundamente y levantaba el rostro queriendo mirar las estrellas por el quemacocos que abrió con sus manos.
-No… gracias - dije con una sonrisa de me declaraba nervioso y con una mirada que me anunciaba excitado.
-¿Quieres hacerte el difícil?
-No, pero... - me tomó y me arrebató un beso. Puso una de mi mano en sus pechos, metiéndola por la blusa. La solté, pese a que la deseaba.
-Espera, ahora no - le dije.
-No me recuerdas ¿verdad? – preguntó.
-Te he visto aquí pero nada más – aclaré. asustado pensando en que quizás se trataba de una trampa o de un engaño.
-Cuando éramos adolescentes, en la secundaria. Tú me ayudaste cuando varios compañeros quisieron abusar de mí, cuando me tiraron, me golpearon, cuando me gritaron cosas y me lastimaron. Por tí me dejaron en paz y no me hicieron nada más, quiero agradecerte.
-Disculpa, pero me acuerdo de ti - traté de recordar su rostro, su imagen o alguna fotografía, sin embargo no recordé nada.
-Mañana vienen por mí. Ando metida en rollos gruesos y quiero despedirme, me chingué a un narquillo, lo maté y van a matarme. No puedo escapar. Quiero contarte mi historia y que la escribas. ¿Puedes hacerlo?
-Sí... pero… estoy confundido…
-Sólo escribe que fui feliz tres años, tuve todo en tres años. Viajé, conocí, disfruté lo que no merecía en tres años. ¿Valieron la pena?, ¡mañana muero!, ¿valieron la pena?, ¿dime? ¿valieron la pena?... no. Gracias, por todo…
-Vente, vámonos, te puedo esconder - Hablé buscando una solución inmediata que le pareció absurda.
-No puedo hacer nada. Me agarraron. Me están viendo, tengo hasta mañana a las 12 del día - dijo muy seria y después me besó en la mejilla mientras lloraba, después repitió.-Gracias, muchas gracias.
lunes, 6 de octubre de 2008
Una petición
miércoles, 24 de septiembre de 2008
A párrafo abierto
¿Política de verdad?
Oscar Cervantes
Hablar de política es igual a pensar, creer e imaginar los conceptos más aberrantes que existen en sociedad tales como la corrupción, el poder, la injusticia y el dinero. Actualmente, el concepto por naturaleza de política se ha venido degradando, ya que según uno de los filósofos y pensadores más importantes que han existido en el mundo como es Aristóteles, aseguró que “la política es y se hace en beneficio de todo el pueblo”.
No hay duda: ninguno de los personajes que encabezan nuestra sociedad lo aplica, es por ello que la credibilidad hacia los partidos políticos y autoridades de gobierno ha disminuido, pues cada evento o situación del país se politiza en beneficio de unos cuántos.
A la fecha, la inseguridad que cubre los estados ha sido una de las consecuencias más graves que ha sufrido el país por no aplicar el concepto de política como debe de ser.
No es posible que diariamente actos delictivos vengan a dañar la integridad de los ciudadanos sin deberla ni temerla. Escuché alguna vez que un líder de una organización ciudadana dijo: “A comparación de otros estados, ¡bendito Colima!”. Creo que no es el caso compararnos con lugares en donde reina la delincuencia, sino la realidad que debería prevalecer sin conformismo, al ser de los menos inseguros, es la cero criminalidad en el estado.
En tanto, las esferas partidistas existentes no permiten que ideas nuevas y frescas entren para revolucionar y cambiar el rumbo del país en pro de la ciudadanía; se han blindado esos círculos con los materiales más difíciles de penetrar. Se acercan las elecciones y para lo único que solicitarán jóvenes será para armar los escenarios en donde los viejos lobos de mar emitirán demagogia y utopías a la población.
Es claro que la juventud servirá de plataforma para que ellos puedan llegar al poder, y también es verdad que cuando estén arriba no se acordarán de los que alguna vez sirvieron como escalones.
Finalmente, comparto la misma idea de muchas personas en que no es posible que las dependencias de gobierno y ayuntamientos en general se hayan convertido en aeropuertos, donde los “aviadores” aterrizan para disfrutar los regalos que la burocracia les tiene preparados a su llegada y en cada vuelo que emprenden, mientras que otros ciudadanos pedalean diariamente para alcanzar la despensa quincenal.
sábado, 13 de septiembre de 2008
Un buen amigo
Guillermo era un niño de 10 años que solía jugar con Mario algunas tardes antes de dormir, casi siempre estaba callado, envuelto entre la oscuridad de su cuarto que estaba en una de las orillas de una vieja casa, que primero había pertenecido a su abuelo y que ahora es propiedad de su Madre con la que vive solo pues su padre los abandonó cuando Memo era pequeño, cuando tenía tres años y los dejó por otra mujer con la que decía, vivía feliz.
Así creció Memo en un ambiente humilde y en una casa que colinda con el río que cruza la colonia España del centro de la ciudad de Colima. Guillermo era un niño muy tranquilo, nunca ocasionaba algún problema en la escuela, además que era estudioso, muy popular, hábil para el futbol, pero a la vez discreto tanto que sólo conversaba con los demás para decir hola y decir adiós, tan extraño era, que por eso se hizo acreedor del sobrenombre del Cua - cua, por parte de sus compañeros y amigos.
Nunca tenía miedo, se acostumbró a ser autosuficiente y cuando necesitaba de alguien Mario, su mejor amigo estaba ahí, fiel a su llamado, lo cuidaba como si fuera su hermano, se comprendían como los mejores amigos, creían y dudaban de las mismas cosas, nadie podía separarlos cuando estaban juntos, además tenían la misma edad.
Una noche que llovía, algunos rayos cayeron cerca de su casa, ocasionaron apagones en gran parte de la ciudad, Guillermo esperaba a su madre, pero como en algunas otras noches la espera era en vano, su madre no llegaría hasta día siguiente. Memo encendió una vela, caminó por un pequeño corredor y al final se encontró a Mario que le esperaba para entrar a su cuarto.
- Hola Mario, ¿Cómo estás? –preguntó Guillermo al ver a su amigo-
- Hola Memo, pues me imaginé que estarías solo así que vine acompañarte –respondió el Mario con la simpatía que le caracterizaba-
- Pues realmente estoy bien aunque me preocupa mi mamá, es la segunda vez que en la semana que no llega a dormir. – contestó el Memo con tono de preocupación, mientras, esperaba escuchar que se abriera la puerta o sonara el teléfono-
- No te preocupes tu mamá está bien, ¿quieres jugar? ¿quieres platicar?, no estés triste – añadió Mario al momento que abría la puerta del cuarto de Guillermo-
- Está bien, pero un ratito, porque estoy cansado y no me siento nada bien – dijo Memo que comenzó a platicar de todo un poco, de los niños de la escuela, de la niña que le gustaba, de la soledad que vivía en su casa y el miedo que tenía de no ser feliz, de no saber si quería a su mamá o si la odiaba por que lo golpeaba, tambuién decía que hubiera deseado conocer a su papá; se culpaba así mismo de la separación de sus padres cuando era pequeño.
Guillermo habló por más de una hora, hasta que le preguntó a Mario: -Oye Mario cuál ha sido el mejor día de tu vida – preguntó Guillermo por conocer algo de su amigo
-El día más feliz... fue el día que morí, ¿vienes? –respondió Mario al momento que extendió la mano que fue tomada por Guillermo.
El cuerpo de Guillermo días después fue encontrado en el río, pero su alma vive hoy en una casa de la España junto a la de Mario.
sábado, 6 de septiembre de 2008
Mi compa Fausto
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
No sé si le fastidiaba la noche o le cansaba tenernos tanto tiempo, siempre era Fausto el primero en retirarse de la cantina, era él quien nos dejaba antes de las nueve, antes que la noche cayera, antes que las cervezas se nos subieran y comenzáramos hablar de todo eso que siempre hablábamos: futbol, mujeres, mentiras, más mentiras, sueños, poesías y en ocasiones teníamos el descaro de hablar de nosotros mismos, así éramos, llevábamos una vida de borrachos, quién o qué podría separarnos.
Un día, después de que Fausto se despidió pensé en qué pensaba Fausto cada vez que caminaba medio borracho a su casa, pensaba si estaba harto de nosotros y trataba de imaginar cómo era que nos veía ¿por qué seguiría saliendo con nosotros si en verdad no disfruta nuestra compañía? me preguntaba mientras todos los demás jugaban ajedrez.
El grupo lo conformábamos Manuel, Heliodoro, Ignacio, Fausto, Jacinto y Yo, el primero, casado por azares del destino, los demás, solteros pero igual de enfermos que Manuel, la soledad y el fracaso nos había comido a los 36 años de edad, no hacíamos más que vivir en la parranda y quejándonos del trabajo que teníamos en una fábrica como estibadores, pero aún así estábamos juntos, siempre había dinero para la carne asada, para cervezas y para una prostituta a quien no le importaba tener relaciones con todos por unos cuantos pesos.
Pero regresando a Fausto, me preocupaba, no sé qué le pasaba últimamente, pero desde hace unos meses no es el mismo, creo que sufre por la muerte de Minerva – decía a mí mismo tratando de explicar la actitud de Fausto- Minerva, era el amor de su vida, la mujer que siempre soñó pero que nunca pudo tener, porque él era pobre, porque era feo y tal vez porque era nuestro amigo.
Esa noche recordaba cuanto lloró Fausto por esa mujer, nunca pudo sacársela del corazón, no pudo olvidar las pocas veces en que lo saludó de mano, quizás por eso sufra, o tal vez no, tal vez nosotros no seamos tan buenos amigos que creemos ser, tal vez debe estar harto de escuchar las mismas estupideces de todos los días pero a quién no, si nuestras vidas son una rutina, si nuestros miedos son el miedo de todos y así creemos que somos los dueños del mundo, ahora lo entiendo – me dije en ese momento, molesto, mirando cada una de las pendejadas que los demás decían y hacían mis compañeros de borrachera-.
-Ignacio, me preocupa Fausto deja lo alcanzo, no sé pero lo noto extraño – le comenté a mi amigo que estaba cayéndose de sueño y por la borrachera.
- Sí, ándale, salúdamelo, - respondió recostado en la mesa, ahogado en alcohol y con las ojeras cubriéndole las mejillas.
En el camino no alcancé a Fausto, mientras pensé en por qué éramos amigos aún, no podía explicármelo, trataba de recordar los tiempos de jóvenes cuando soñábamos en conquistar el mundo, pero también pensaba en los problemas que todos me habían ocasionado y por un momento comprendí lo que creía que sentía Fausto, sentí ese enfado de que no hubiera nada más aparte de de nuestro grupo.
Llegué a la casa de Fausto, -es el único que vivía solo en una pequeña casa que su padre le dio. Vi la luz encendida de su cuarto, con la música a todo volumen, con canciones de amor de esas de antaño.
Toqué la puerta lo más fuerte que pude en varias ocasiones y Fausto no abrió, entré inducido por la paranoia que el alcohol produce, pensé en que probablemente se durmió pero la curiosidad me llevó y me metí por la ventana.
Y llegué al cuarto de Fausto, el lugar era malholiente, toqué, pero la música no dejaba escuchar nada más, entreabrí la puerta y Fausto estaba ahí abrazando el cuerpo difunto de Minerva.
Sorprendido por lo ocurrido, salí corriendo de la casa, por un momento pensé en llamar a los demás y contarles lo que vi o llamar a la policía, pero cuando volteé a la casa de Fausto por ultima vez, recordé la imagen de Fausto, recordé la sonrisa con que miraba el cuerpo pálido de la mujer, ahora su mujer, decidí callar, era mi amigo y él, a diferencia de nosotros era feliz.
miércoles, 27 de agosto de 2008
Entre más consumo, más feliz soy
Carlos Alberto Pérez Aguilar
No entiendo verdaderamente a muchos de “los pobres” que se quejan de no tener dinero para sobrevivir pero sí para acatar las reglas bancarias y asumir las deudas sin temor alguno al buró de crédito o a los embargos. Claro, creo yo que tener un teléfono celular capaz de guardar música y uno que otro ringtone que te diga: “¡wey contesta!, ¡contesta!, ¡qué no escuchas el pinche teléfono! debe valer realmente la pena; no lo dudo, pues eso de arrebatar sonrisas y difundir agrado en el autobús debe generar algún tipo de satisfacción.
Pero no todo queda en un simple, diminuto, estético, y multifuncional teléfono celular; tengo fresco en mi memoria (y no usb) el caso de una madre que sorprendida vio como su cocina fue transformada el 10 de mayo: refrigerador, estufa, trastes, pretil, fregadero… ¡todo nuevo!, pero bueno. como prueba de que lo material es pasajero en octubre, como toda comprensiva mujer asumió que los lujos son temporales al momento en que un abogado, requerimiento en mano, se llevó cada uno de los regalos que sus hijos con tanto sacrificio no pudieron pagar, cosas van, cosas vienen, seguramente pensó.
De entre los falsos placeres y los deseos provocados por la mercadotecnia pensemos realmente qué es lo que necesitamos para sobrevivir, entendiendo que la humildad no ha sido una de las características del último siglo podemos aún catalogar las necesidades y evitar la pobreza, que para mí radica en desear lo que los otros tienen. ¿Quién no desearía tener una Hummer para el fin de semana con los amigos?, pero mejor es tener un amigo con una Hummer, para que él maneje y te deje en la puerta de tu casa, en el entendido que el amigo será tan sencillo como para entender que tu bocho después de la séptima cuadra los puede dejar sin disfrutar la noche.
Me sorprende mucho en lo particular, el desarrollo comercial y tecnológico, me atrapa que la investigación científica logre tanto impacto económico con materia vendible pero lamento que muchas de éstas que tienen finen sociales y que podrían dar respuestas claras y soluciones a problemas de seguridad, ecológicos y culturales no tengan impacto alguno porque simplemente no son materia monetariamente trascendente: yo pensaría, por decir algo, en softwares capaces de llevar a cargo la administración pública y reducir la nómina de servidores públicos para que haya mayor inversión en obra y gasto social, pues de qué sirve pagarle a alguien del gobierno si además de hacerme mala cara al atenderme podría, si tiene la facilidad, robarse un poco de lo que les damos.
En fin, mientras los cerebros sean aprovechados por el bien económico, que para muchos significa la felicidad, creo yo desperdiciaremos la posibilidad de ver concretado el sueño de un mundo mejor, con igualdades y posibilidades para todos, aunque debo decirlo, que cuando tengo dinero, no es tan desagradable poder decir, “entre más consumo más feliz soy” aunque sea por un ratito, porque siempre habrá un excéntrico que tendrá materialmente más que yo.
sábado, 23 de agosto de 2008
Crónica de un paranoico
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Eran las 2:30 de la madrugada, caminaba por la Gabino Barreda. Qué podía haber de diferencia entre los otros días y ése, qué podía cambiar en una ciudad que a esas horas de la noche parece fantasma.
A excepción de las prostitutas, borrachos, enfermos, taxistas, estudiantes, periodistas y yo, todos dormían en Colima, sólo las luces de las farolas medio iluminaban el camino que me llevaría a casa; sólo algunos taxis pasaban esperando a que les hiciera la parada, pero es tan relajante caminar a estas horas, es tan agradable disfrutar del poco viento que corre en estas noches de calor del mes de mayo, que no me importó caminar algunas cuadras más.
Mientras andaba lentamente por la acera veía las casas: unas grandes con amplias ventanas y con rejas de acero que parecen prisiones; otras pequeñas con tejados y con puertas de madera; otras, muchas, se han convertido en locales comerciales.
En esos momentos pensaba además en los pendientes del día, en qué había dejado de hacer hoy para hacerlo mañana y qué simplemente dejé de hacer para no hacerlo nunca. Pensaba a la vez en las Olimpiadas, en la quiniela y en las próximas elecciones, mientras, vigilaba el movimiento de la luna, que en esa ocasión se tiñó de amarillo para acentuar el tono bohemio de la noche del de Agosto.
De entre la soledad de la calle, casi frente al Foro Pablo Silva, pude ver un hombre de aspecto demacrado, cansado, tal vez un poco ebrio, que caminaba hacía mi; pasó por un costado sin saludar, sólo mirándome a los ojos, con su cuerpo que se encontraba encorvado, y él caminaba suave, caminaba lento, agonizando, lo demostraba con su respiración, me di cuenta que un perro lo seguía detrás.
Son cerca de seis pasos los que dio el hombre cuando escuché que detuvo su andar, detuvo su respiración, el perro que lo acompaña se regresó a olerme. – les pregunto a ustedes, en ese momento qué se puede hacer cuando te encuentras a un borracho en la calle- sentí frío, mis manos sudaron y mi respiración se detuvo; el hombre se acercó de nueva cuenta a mí, el pestilente olor a mezcal lo delataba y, justo, cuando se paró a mi lado, introdujo su mano a la bolsa y preguntó:
-Joven, tiene un cigarro que me regale,
-Claro que sí señor, respondí mientras sacaba rápidamente la cajetilla de mi pantalón y sintiendo alivio después de escuchar su petición.
-Muchas gracias, respondió el hombre.
-De nada, hasta luego, me despedí amablemente.
Seguí caminando unos pasos después del susto, al voltear, quise ver al hombre y a su mascota, pero me di cuenta que el cigarro estaba en el piso, tirado junto a una mierda de perro...
El regalo de un padre
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Abrió los ojos después de un largo sueño. Un sueño de color naranja donde aparecían siluetas amarillas, rojas y negras entremezcladas en un recuerdo vago, casi nulo. Lo primero que vio, fue un resplandeciente blanco y cuadros delineados de color negro.
Cerró los ojos de nueva cuenta; esperó a que su vista descansara del impacto de las luces, y que su visión fuera clara, no opaca. Escuchó un sonido irreconocible, se escuchó un: tic-tic-tic-tic-tic, eterno, largo, rítmico; acompañado de murmullos. No era su habitación, no era su casa, ni la de sus abuelos; los murmullos no salían de la cocina y el tictageo no era el de su despertador.
Comenzó a sentir desesperación. Se humedeció los labios que estaban completamente secos y jaló de las sábanas. Quiso hablar, no pudo. Se movió de un lado a otro, extendió sus brazos y e intentó soltarse de algo que sentía lo aprisionaba de sus muñecas.
Tumbó todo lo que estaba a su alrededor. Abrió los ojos una vez más. De entrepaño de sus lágrimas y el destello de la luz, distinguió unas manos cálidas que lo tocaron en sus piernas, pese al frío de la habitación. Subió la mirada y se encontró con el rostro de su madre a quien no pudo abrazar por el jaloneo de unos hombres vestidos con ropas de azul cielo.
Cerró los ojos otra vez. En un segundo, quiso recordar todo pero no pudo. Volvió abrir los ojos al momento en que tres personas lo sujetaban de sus brazos y de sus piernas. Giró su rostro y vio un trozo de venda que le interrumpió la vista para encontrar a su madre.
Después la distinguió en un costado hincada y llorando. -¡Mamá!- gritó el niño, antes de sentir una inyección que perforaba su brazo. Cerró los ojos.
Cuatro horas después despertó. Al despertar vio el rostro de su madre quien lo abrazó con precaución, mucha precaución, mientras lloraba.-¿Qué pasó?- preguntó el niño, en tono suave, conciente de que estaba en un hospital. -Nada, estás bien, es lo que importa- respondió la madre. que se soltó en llanto.
-¿Y mi papá?- cuestionó una vez más el niño, mientras su madre lloraba.
- Él te quiere mucho- añadió sin poder decir más.
-¿Está bien?- insistió.
-Sí, él está muy bien, sólo me encargó que te cuidara.
Él está con los angelitos- dijo la madre.
-¿Se murió?- preguntó una vez más el chico, un poco resignado al recordar parte del acontecimiento.
-Sí… te… salvó- . El niño volteó su cabeza a un costado y cerró los ojos. Trató de no llorar.
Revivió en ese momento la última escena. No contuvo las lágrimas, recordó que su padre lo abrazó cuando su casa se incendiaba después de una explosión de gas.
-"Vámonos hijo, no me sueltes"- fueron las últimas palabras que escuchó de su padre. Al abrir los ojos miró el reloj, era 6 de noviembre.
-¿Mamá?, hoy es mi cumpleaños- dijo el niño, intentando ver sonreír a su madre.
-Sí, sí hijo, hoy cumples 6 años.
martes, 12 de agosto de 2008
Los títeres mugrosos y el tren
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Habían pasado casi 10 años para que Francisco volviera abrir la maleta, una maleta con la que se había subido al tren hace casi 15 años, una maleta donde había guardado no sólo juguetes de madera sino los recuerdos más gratos de su infancia.
El “More” se subió por primera vez a un tren a los tres años, cuando sus padres se mudaron de Guadalajara para trabajar en Manzanillo como vendedores de artesanías. En Guadalajara no pudieron hacer vida, Rosa y Manuel –sus padres- no podían competir con los grandes artesanos de Tlaquepaque y de Zapopan que eran grupos más grandes, y una pareja de la costa michoacana no podrían contender con los artesanos natales ya que tenían organizados los tianguis y los puestos ambulantes.
Fue así por necesidad que pensaron en el puerto como la opción más fácil ya que recientemente el turismo nacional e internacional, veía a Manzanillo como una interesante opción de descanso. Francisco, -como se llama originalmente el More-, de niño recordaba día con día su viaje en tren, fue la primera vez que viajó, se ilusionó y desde ahí comenzó un amor por el Ferrocarril que conserva hasta la fecha, después de haber cumplido su sueño y ser ahora capitán de flota ferroviaria de Ferrocarriles Mexicanos en Manzanillo.
Tal vez había dejado que pasara el tiempo desde que tenía 5 años, simplemente una tarde se subió al tren con don Pedro, y dejó que su entonces capitán le aconsejara día con día hasta cederle su puesto, Pues pese a que el More era muy pequeño en ese entonces, tenía la inteligencia y la pasión para sustituir a Pedro después de haber cumplido sus 50 años en servicio.Esta noche de septiembre del 2006, Paco miró la maleta o el velís café que su padre le regaló una noche para que se cambiara de ropa cada día y no anduviera de apestoso como don Pedro, “aunque sean cuatro días los que no te veamos, no se te olvide que eres capitán del tren como don Pedro y siempre debes verte limpio no como él” decía su madre burlándose de Pedro su vecino de la colonia el Túnel, cada vez que Paco corría para no llevarse la maleta.
Paco abrió el equipaje sucio, empolvado por los años y observó los seis títeres de madera un pequeño trenecito que su padre le había regalado y hecho con sus manos, para festejar su cumpleaños numero siete, dándole la sorpresa una noche que tuvo que irse a Guadalajara con don Pedro.
A un costado de las marionetas, vio una moneda de mil pesos y una de cinco mil, de las pesadotas con la cara de Sor Juana Inés de la Cruz y los Niños Héroes y recordó que en una ocasión ya hace como 10 años las había guardado para comprarle a su madre un regalo para un 10 de Mayo, tal vez un juego de tazas de las que se vendían en las tiendas de todo X 5000, y el peso serviría para envolver el regalo. No lo hizo, creyó perdido el dinero, su sueldo de cada viaje por acompañar a don Pedro hasta Guadalajara y regresar.
El More, mientras dirigía el tren, recordaba los furgones de pasajeros de hace poco más de una década, los andenes llenos en plaza la perlita en Manzanillo y la estación de Guadalajara, también inmortalizaba el ruido de las antiguas locomotoras, hacía memoria de la gente que roncaba en los asientos del tren y las travesuras que hacía con don Pedro, su amigo.
Recordó al ver las marionetas, las noches en que se ponía a jugar en los pasillos con ellas, y recreó unos diálogos para recordar su infancia en el tren. El More no se arrepentía de no ir a la escuela, siempre estuvo de acuerdo con don Pedro en que “la mejor escuela es la práctica y que a la escuela sólo se iba a buscar novia”, no se arrepentía de pasar los días con don Pedro, más que con sus padres, quienes apoyaron a Paquito para que no pasara las miserias que ellos pasaban en su casa, Paco siempre lo supo.
Esa noche, era inevitable no llorar, el capitán salió de la locomotora y se recargó en el pasamanos para ver la vía del tren, la luna llena y el paisaje acompañado del aire fresco de la región de Sayula, observó el brillo de la noche, hace años que Paco no disfrutaba tanto el ver las góndolas cubiertas de plata por la luna, al poder distinguirlas en una curva. Miraba la cantidad de carga que llevaba, casi 100 toneladas arriadas por dos locomotoras, se puso a contar los vagones como pudo, con los dedos de las manos y de los pies, pensaba en las palabras que le decía don Pedro, “hijo tienes una labor muy importante cuenta los vagones, cuántos de pasajeros, cuántas góndolas, cuántas plataformas, cuántas tolvas y después me las apuntas por favor, más de 50, es peligroso, el tren se va al cielo”. Realmente, puedo decir que las cuentas no eran para él, cuando llegaba a 10, se dormía abrazando a sus títeres, además que muchas veces resulta imposible ver más de 10.
El More sacó las marionetas y el tren de la maleta sin molestar a su compañero de trabajo quien dormía como siempre porque no disfrutaba su trabajo, sacó también las monedas y las echó en su bolsa; volvió a salir al anden, sentó a los muñecos como cuando era niño y puso el tren en posición idéntica al que dirigía, contó los vagones eran sólo cinco, después miró el horizonte a donde apuntaban sus trenes y se preguntó “¿hasta cuándo podré manejar un tren más rápido?, ¿hasta cuando veré de nuevo a la gente leyendo periódicos en los asientos de un tren?, ¿cuánto tendrá que pasar para que se den cuenta que esta es la vía más rápida, más segura y más bella que puede haber y que no es cosa del pasado?, ¿cuándo reconocerán nuestro trabajo y dejarán de vernos como títeres mugrosos?.
martes, 5 de agosto de 2008
¡Que no suban el camión!
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Padre nuestro danos hoy la tortilla de cada día, danos un bolillo y un litro de leche. Préstanos para comprar frijoles, jamón y azúcar para el café.
Desde hoy propongo a los mexicanos realizar esta petición a Dios para que a todos nos eche la mano en este año que apenas comienza, es que… ¡qué caro es comer! Mire usted, deje le cuento:
Esta mañana me desperté con un chingo de hambre (de esa hambre que uno trae los miércoles) y traía sólo 20 pesos en la bolsa, a causa de que el lunes me corrieron de mi trabajo de velador y fue hasta en la tarde cuando me dieron mi liquidación.
Después de levantarme y vestirme fui a la tienda de autoservicio cercana a su humilde casa (ya que la tiendita de doña Eugenia quebró). Entré entusiasmado porque en el camino me repetí a mí mismo mientras veía mi billete -¡Sí cabrón, con 20 baros la haces… sí, si te alcanza para comprar un kilito de tortillas, un vasito de crema y un litro de leche, e igual te sobra de eso que compres para la hora de la comida, también te alcanza para el camión para ir a cobrar la liquidación!-.
Entré al establecimiento como buen vaquero en cantina del viejo oeste al abrir las dos puertas rebatibles con mis manos. Me dirigí al pasillo de lácteos, jugos y refrescos. Miré los refrigeradores como si fuera un oasis en el desierto y surgió la inevitable pregunta… -¿Qué compro?, ¿qué compro?- recordé que iba por leche y que no traía dinero como de costumbre para comprar la coquita, la leche y un yogurt.
No sé si nunca había prestado atención a los precios, pero el litro de leche está a ¡nueve pesos con 50 centavos! Revisé por arriba, por abajo y pregunté a la señorita -¿Oiga están bien los precios?- la muchacha mostrando pena ajena simplemente respondió - Sí señor, la leche está a 9.50, ahí dice (como queriendo decir: qué, no sabe leer, mendigo tacaño)-.
Bueno, no me quedaba de otra, tenía la leche en mi mano e ilusionado esperaba me alcanzara para las tortillas y la crema, mi sorpresa fue cuando me acerqué a la hielera donde estaban las tortillas y leí (para evitar miradas de la chava) que decía “diez pesos el kilo”. –Oiga señorita ¿no tiene de medio kilo?-pregunté para evitar de nueva cuenta otra mirada de la despachadora- No señor, sólo de kilo, ya se acabaron los de medio, ¡con eso de que subieron! ya nadie quiere de kilo-
Dejé la idea de las tortillas y después puse la leche en el refrigerador, ni chance de pensar en la crema… ¿a cuánto me iba a salir? Tomé mejor una coca cola de litro (lo bueno que no subió), un bolillo y una bolsa de Rancheritos. Después pagar los 16 pesos la mujer me preguntó – ¿Hoy no va querer su periódico?-.
El Paréntesis del doctor Remedios:
Qué mal agradecidos somos los mexicanos… qué no ven que el gobierno lo que quiere es que comamos puras ensaladas. Qué no ven que quieren que seamos esbeltos para que el pueblo se mantenga de puros modelos y edecanes de talla mundial así como las italianas, las checas y las suecas.
Quieren también que los tacos sean sólo en restaurantes como la comida internacional y exclusivamente para las cenas románticas. Que la tortilla sea un patrimonio de la humanidad expuesta en museos.
Qué no se dan cuenta que el mal del mexicano es la tortilla ¿qué no lo pueden ver?. El salario mínimo de 54 pesos y está previsto para que una familia coma diario lechuga, pan y agua. ¡Buen provecho! y olvídese de los refrescos, la leche, las tortillas y las tortitas de jamón, además de los chilaquiles y los tacos de chicharrón.
sábado, 2 de agosto de 2008
Hablé con ella
Crónica de un paranoico II parte
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Caminas por más de tres horas. Tratas de cansarte para llegar a tu casa a dormir. No quieres pensar, sabes que piensas más de noche que de día y evades cada una de las condenas que te hace tu conciencia. Temes al insomnio que se empeña en arrebatarte la almohada y quitarte las cobijas; así ha pasado desde hace más de tres meses.
Estás casi frente a tu casa y al acercarte más a la puerta, distingues que la luz de tu habitación está encendida. No es la de tu recámara, es la del patio trasero. ¿Olvidaste apagarla en la mañana?, te preguntas, no respondes, pero sientes incertidumbre; te detienes por precaución y piensas en la bastas ocasiones en las que estuviste de pie en ese mismo lugar temiendo por lo quepodría haber dentro de tu casa; no prestas importancia y caminas.
Sopla el viento fuerte y freso; en febreroes común que se respiren vientos fríos durante las noches en las periferias de Colima. Te detienes observas y miras a tu alrededor miras las luces y buscas encontrar el sonido de algun ave ciega que cante de día, pero no hay ruidos. Has llegado, estás ahí frente a tu casa sabes que no es una noche normal, lo percibes, lo sientes diferente.
Justo cuando vas abrir la puerta después de girar por segunda ocasión la llave en la chapa piensas que alguien estará adentro de tu casa esperándote con un arma blanca dispuesto a cortarte la yugular… ¡Nah!, borras la idea de tu cabeza. Sabes que nadie te estará esperando para matarte, pero no anulas la posibilidad aunque crees que sería ridículo que un ladrón te espere sólo para salir por la puerta principal. Los relojes, los perfumes, la ropa y los zapatos bien caben en una maleta, pues es eso lo único de valor que tienes. La estufa, el colchón, la sala, el comedor y la tele son reliquias que más bien te cobrarían por regalarlas.
Piensas otra vez más antes de abrir la puerta. Comienzas con las ideas estúpidas de siempre. Te imaginas a siete sujetos vestidos de negro sentados en tu sala, todos con máscaras de calaveras. Tienes miedo, pero te sientes cansado. Tratas de escuchar por la puerta si hay ruido alguno. No lo hay. Entras.
La luz del patio te guía hasta el apagador de la cocina. Percibes algo extraño, no sabes qué. ¿Un aroma? ¡La casa está recogida! Te das cuenta al momento en que enciendes la luz sin explicarte qué ocurrió. Quién fue quien se atrevió a robarte el orden inmerso en el desorden al que te habías acostumbrado a tener después de un mes.
Quién irrumpió en tu casa para barrer, trapear y sacudir. En el patio la ropa está tendida después de haber sido lavada. ¿Quién, quién, quién? te preguntas mientras recorres el pasillo que te lleva al baño. El espejo está puesto, limpio y las paredes de la ducha lavadas. Sabes que se necesitó de un día entero para transformar tu hogar que no huele más a atún ni a comida podrida. Te lavas el cabello, la cara y te desvistes sin entender nada, orinas evitando ensuciar de nueva cuenta el excusado. Realmente no te explicas, pero estás cansado y tienes que dormir, pero agradeces la limpieza que el ser desconocido hizo mirando al techo.
Estás parado frente a la puerta de tu recámara. Giras la cerradura con el mismo temor con el que abriste la puerta principal. Mil cosas pasan por tu cabeza… Es una sensación incómoda pero por un momento desearías que algo trágico ocurriera; vuelves escuchar detrás de la puerta. Esperas escuchar algo… No hay ruido.
Entras. Estás a punto de tener un paro cardíaco. Ella grita y sale de tu ropero dando un salto para ponerse frente a ti. Creíste que te habías deshecho de ella y ahora no entiendes por qué está en tu habitación, Por qué recogió tu casa y por qué está ahora cuando tus piernas se encuentran destrozadas por el cansancio y tus oídos no están dispuestos a escuchar a alguien.
-¡Sorpresa!... (sonríe y te ve los calzoncillos). ¿Oye, así es como recibes a las visitas?, ¡Sí que has bajado de peso! Muy bien por ti…. Pero qué casa tan cochina tienes. Tú no eras así; tampoco así (después de mirarte)….
-¿Qué haces aquí?, preguntas como lo primero que se te vino a la mente.
-No empieces de preguntón. Mejor agradece que me puse a limpiar tu casa. Oye, pero estoy sorprendida… cómo lo hiciste. Mira ya te pareces a lo que querías ser… bueno al menos ya te quedan las camisas que te regalé.
-¿Qué haces aquí? , insistes con un tono de angustia y con ganas de decirle "tan bien que estaba si tí y regresaste", no lo dices, pero lo piensas.
-Bueno, bueno. ¿Quieres saber? No te voy a decir. Bueno, sí, sí. Te voy a decir… ¡Me brinqué! Ya sabes cómo es una de preguntona y me dijeron que aquí vivías, llegué hasta aquí entonces decidí entrar para ver cómo estabas, ya veo que mal. Entonces se me hizo tarde recogiendo y lavando tu ropa, justifica así su presencia con la intención de que la invites a dormir.
Ahí está ella frente a ti. La que nunca deja hablar. La que juzgas como loca porque un día simplemente se fue de tu casa porque los horóscopos le habían indicado que habría que cambiar de rumbos. Lo tomó tan a pecho que simplemente te dijo esa mañana: “El horóscopo me dijo que habría que cambiar de rumbo… me voy, al norte creo yo, adiós amor, cuídate y pórtate bien”.
Qué se hace en esos momentos cuando lo único en lo que piensas es en dormir y tienes la voz de una mujer, que deseabas no volverte a encotrar, hablando, hablando, hablando.
-Cómo extrañaba eso.
-¿Qué?, contestas sin reaccionar.
-Que te quedes perdido como idiota. ¿Oye te invito una cerveza?. ¿Quieres? ¡Vamos! Di que sí ¿sí? (otra vez esa mirada que a la que nunca podía decir que no).
- No tengo cervezas en el refrigerador, ¿Whisky?
-Uh, vaya, vaya. Ahora hasta de whisky. En serio que has cambiado en… ¿Cuatro meses, tres, dos? no recuerdo pero que sorpresa, que gusto. Ok. Me voy a dar el lujo ¿Qué dices de tu casa? Quedó bien ¿no? Si pones este bambú aquí se verá mejor, yo digo, te dice mientras ordena cada una de las cosas que tienes en la sala.
- Sabías que el amor es la masturbación del alma, comentó... después suena tu celular. Lo abres y es una llamada de un número desconocido.
Sales al patio y contestas, y preguntas lo de siempre –Bueno… ¿Quién habla? - tú conciencia - ¿Quién habla?... -Habla ella, la persona con la que estabas conversando hace un minuto en tu sala. Me tengo que ir sólo pasé a limpiar tú casa. Cuídate, sé que estás bien. Adiós.
Regresamos al momento de partida.
Estás casi frente a tu casa y distingues que la luz de tu habitación está encendida. No, es la del patio trasero. ¿Olvidaste apagarla en la mañana?, te preguntas. No respondes, sientes incertidumbre y justo cuando vas abrir la puerta después de girar por segunda ocasión la llave en la chapa piensas que alguien estará adentro esperándote con un arma blanca dispuesto a cortarte la yugular… ¡Nah!, borras la idea de tu cabeza. Sabes que nadie te estará esperando para matarte, pero no quitas la posibilidad aunque crees que sería ridículo que un ladrón te espere sólo para salir por la puerta principal. Los relojes, los perfumes, la ropa y los zapatos bien caben en una maleta, es lo único de valor que tienes. La estufa, el colchón, la sala, el comedor y la tele son reliquias que tendrías que pagar para que se las llevaran.
Piensas otra vez más antes de abrir la puerta. Comienzas con las ideas estúpidas de siempre. Te imaginas a siete sujetos vestidos de negro sentados en la sala con máscaras de calaveras. Tienes miedo, pero te sientes cansado. Piensas que la verás y que hablarás con ella. Aquella que se autonombraba tu conciencia y la que de un día a otro se fue por que el horóscopo así lo pidió. Tratas de escuchar por la puerta si hay ruido alguno. No lo hay. Entras. De entre el desorden de tu casa vuela un papel que dice: “Si estuve aquí, en otro tiempo, en otro espacio. Lo pensaste antes de que ocurriera. Por eso no ocurrió”.
miércoles, 30 de julio de 2008
Amor y Guerra
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Minutos después de las once, me largo, te dejo. Después de esa hora en tu cama estarás sola y mis pies en la calle. ¿Qué fue lo que pasó?... comúnmente no lo sé. Pero ahora lo entiendo y creo que tú también. No tienes nada que decir. No sueles hablar. Sólo callas.
A mi me parece que amar es pelear. Y lo entiendo así porque parece que el ego, la soberbia y el orgullo es lo que nos hace estar juntos. ¿Para qué?... Tampoco hay respuestas, al menos no las tienes, no las tengo. Sólo encuentro cuando pregunto miradas tuyas que reclaman, encuentro gestos que exigen algo que quisiera poder entender, pero nunca, nunca, nunca dices algo.
Te acuerdas que un día me dijiste que todo esto cambiaría. Que creceríamos juntos, que nuestros hijos serían felices. Pero en ellos sólo hemos contagiado esta ira que nos tenemos uno al otro. ¿También te acuerdas cuando no peleábamos?… ¿Te acuerdas?, ¡recuerdas qué bien estaba todo!. ¡Qué bonito que no me gritaras y que yo tampoco a ti! ¡Qué bonito era saber que trabajábamos los dos, por un ideal! ¿Cuánto duró eso?... ¡ja!, ahora me da risa.
Te confieso lo que siento y pido disculpas por no poder dejarte. También por no abrazarte después de hacernos el amor. Por no decirte que te amo cuando estás triste. Por golpearte cuando sueles fastidiarme. Por arrancarte la libertad que antes de mí tenías. Pero en serio, te amo.
A veces, después que pasa esto me doy cuenta que estoy un poco loco. Me doy cuenta que desvarío, pero no quiero perderte nunca. Perdón. Sé que no he sido el hombre ideal, ¡Como si alguien lo fuera!. Pero sé que me entiendes… ¿Por eso me soportas?, porque me entiendes. ¿Por qué me amas?
Creo que el amor sin guerra no es amor. Siempre inventamos algo para discutir y también para reconciliarnos. ¿Qué sería el amor sin guerra?... ¿Será que te amo tanto que sólo contigo soy lo que soy?ç
-Anoche escribí esto para ti. Anoche que supuestamente te dejé – comenté después que ella leyó esta carta.-
¿Será eso?, que sólo conmigo eres lo que eres – dijo ella recargada en mi hombro con las sábanas cubriéndole su cuerpo desnudo.
-Perdón – supliqué mirándole a los ojos. -Claro que sí – respondió añadiendo un beso al momento, que después de algún tiempo olvidaré.
domingo, 27 de julio de 2008
Los códigos de lealtad
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Los códigos de lealtad se establecen en diálogos y no necesitan firmas, se plasman en un libro inexistente con letras transparentes pero que tienen más valor que cualquier documento que se tenga que firmar ante las leyes políticas, religiosas, sociales y morales o cualquier otra que pudiera existir.
Firmar un papel es el acto puro de negación de confianza, cuando en la lealtad, es la confianza el sujeto más importante de cualquier oración, de cualquier hacer. Veo con tristeza que un papel tenga más valor que la palabra. El olvido, es únicamente un pretexto que el hombre utiliza para no hacerse responsable de un acto.
Todo ser humano por naturaleza busca un cómplice, un escudero, una compañía que dé comodidad en los momentos más difíciles y una suma de reconocimientos por los triunfos, por mínimos e insignificantes que sean. La lealtad aconseja, cuestiona, critica pero no intenta imponer su voluntad, pone una gruesa barrera de hierro cuando dice: “es tu vida, es tu decisión, yo te apoyo y estaré contigo” comúnmente los círculos de lealtad son reservados y sólo pertenecen a ciertos grupos o individuos que crean murallas que deben ser impenetrables.
Los secretos se narran uno a uno, cuando ese sentir de compatibilidad y de entendimiento se unen para convertirse en una sola palabra: “confianza”. Cantar, reír, llorar, mentir, confesar. Escuchar una y otra vez, dar una opinión.
La lealtad es el valor más grande que debe haber entre seres humanos; es el único sentimiento que nos hace mantener relaciones diferentes a las que pudiera tener cualquier otro grupo animal existente en esta tierra, aunque por fortuna hay animales que demuestran una lealtad incondicional para con el humano, pero la diferencia de la lealtad entre un animal y un ser humano es que no existe conversación, que es el único medio de comunicación fraternal. Un perro se sienta a un lado tuyo y te observa cuando estás triste. En cambio, un humano se coloca a un costado de ti, te observa, pero también te dice: “estoy contigo” y después te abraza.
Cuando a alguien le es quebrantado el código de lealtad, la sangre que corre por sus venas se convierte en lava, generan un ardor dentro del cuerpo que se siente justo de bajo del pecho y recorre, hirviendo, cada una de las venas del cuerpo, provoca malestares como mareos, dolor de espalda y una incesante necesidad de buscar respuesta a las preguntas: “¿Qué pasó?, ¿Por qué pasó?”... causa también insomnio y mal humor, se representa por medio de ojeras y aliento alcohólico, en la búsqueda obstinada de las respuestas a esas preguntas.
En cambio, aquél que violó los códigos de lealtad es castigado por un pequeño y diminuto ser que busca implantarse en lo más profundo de las entrañas, que son ese lugar oculto del organismo que se encuentra entre lo físico y lo espiritual.
También aquél al que no se le respetó el código de lealtad procrea este microscópico individuo al no encontrar contestaciones que le expliquen la desobediencia del código de lealtad del otro.Las entrañas están cercanas al intestino delgado y si la conciencia lastima al ser humano es porque hace un largo viaje dentro del cuerpo; por mucho tiempo permanece en el cerebro, es por ello que lastima tanto, al final, cuando se instala en esas entrañas y encuentra un departamento disponible en el edificio de los errores, se queda ahí, quieto, pero de vez en cuando se asoma para decirte “ya cometiste este error”, e involuntariamente se produce la necesidad de decir: “aprendí”.
Creer, ser fiel, ser coherente y congruente son los requisitos básicos para los códigos de lealtad que establecen en el primer párrafo una frase trillada que dice: “no hagas lo que no te gustaría que te hicieran”, así inicia este código el cual finaliza: “a quien haya cumplido plenamente con este código de lealtad, su nombre será escrito en letras doradas y por la eternidad, en este libro inexistente, por esa persona o personas con la cual cumpliste lealmente cada uno de los pasos a seguir en este código de lealtad”.
sábado, 26 de julio de 2008
Maletas, calzado, perfumes y quizás, un par de prendas
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Se nos pasa el tiempo entre miedos, sueños y tristezas; no hay palabra humana que escriba el guión perfecto para esta, nuestra historieta.
El bueno, el malo, el feo y la bella son estelares de cualquier novela. Los castillos de reyes y chozas de palo, parte indispensable de cualquier maqueta.
No hay historia que no cuente una vida sin algún problema, tampoco hay leyenda que no regale entre sus líneas, una moraleja.
Vivir para después nacer, nacer, sí, en otra tierra, aseguran algunos aunque el destino y el infinito por desgracia, no tiene una silueta perfecta.
Entre números, estadísticas y cuentas llenamos libretas, tratando de comprender con cifras todo eso, todo aquello, que los ojos no dejan.
Maletas, perfumes, calzado y quizás un par de prendas. Es imposible dejar de pensar que lo que importa es lo que hay en una cartera.
Se nos pasa el tiempo entre desechos, entre basura, entre mierda. Entre ruido, humo, negocios y gente que grita en la miseria.Mañana vendrá un día más, o quizás un día menos para aquellos que viven enfermos, la mayoría con diagnóstico de una enfermedad común, llamada tristeza.
Ancianos hay muchos y que quieren hablar, lástima que hay pocos jóvenes o niños que estén dispuestos a escuchar.
Sentir que lo trivial es importante, es como decir que el vino es mejor que el agua, o como pensar que el caviar tiene mejor sabor que un pan hecho en casa.
Mentir, gritar, pelear, discriminar son palabras que pocos aceptan, ya que todos tienen como ideal luchar en contra de la violencia.
El silencio es parte de la música, tanto así que en las partituras se distinguen en cada uno de los pentagramas algunas bolitas negras. Quien calla oculta y quien llora muere.
Me subo ahora en el camión de las seis, a la espera que me lleve al lugar aquél, donde el sol se pierda entre el mar, entre las nubes y las montañas, mientras que mis pies lucharán por perderse también para alcanzarlo, en el otro lado del mundo, al enterrarse en la arena.
Miguelito
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
-María, ¿estás despierta?… María , María, ¿estás despierta?, dime algo por favor, dime algo. ¡Respira!, ¡ándale grita!, ¡Hey! Vamos no estoy jugando. T
Todo empezó hace más de 15 años, un día como cualquiera, como todos los demás en Manzanillo; con calor, el ruido del tren, la solitarias garzas posadas en las rocas y la luna estampada en el mar. María caminaba solitaria por el viejo malecón de Manzanillo, todos los días, a la misma hora, poco antes de las 12 de noche, justo después de cerrar la cortina oxidada de la farmacia que atendía muy cerca de la estación del tren.
María es hermosa, morena clara, ojos color de miel, cabellos suaves y de cuerpo capaz de seducir a cualquier coronel o capitán de los buques que arriben al puerto, a cualquier mercader a cualquier hombre que se le acercase. Dominante como sirena, pero ingenua como caracol, incapaz de defenderse de los temibles tiburones ansiosos por devorarla cuando la ven caminar.
-¡Buenas… noches María! - Todos la saludan cuando la ven pasar, excepto un hombre. Miguel es su nombre, y es él quien siempre se levanta de la banca del jardín para perseguir a María, nunca lo hace de cerca, teme a ser descubierto y rechazado por la mujer.
Después de varios meses María se sintió perseguida. Sabía que alguien la acompañaba hasta su hogar, hasta que un día una amiga le comentó que siempre un hombre le seguía. Sí, era Miguel, ese que era descrito como chaparrito, regordete, orejón y nauseabundo, aquél que caminaba renco y que era pescador quien siempre en la bolsa del pantalón llevaba una libreta y un lápiz, en la bolsa de la camisa una flor que colgaba de bolso marchita por cargarla todo el día.
María se sintió asustada, dudaba del hombre, lo juzgó antes de conocerlo. Temía que un día el hombre se acercara más a ella, se sintió acosada hasta que después de un año de dudas decidió encararlo.
-¿Por qué me sigue señor?, le pido que no lo haga, que me deje en paz. ¿Qué quiere?
El hombre no dijo nada, giró su rumbo asustado por la cercanía de María y por los gritos que le decían que se que se alejara. No es un hombre loco, no es un hombre tonto; es un pescador que no puede hablar, es mudo, sordo y si lleva la libreta es para conversar con las demás personas; la flor que siempre porta en su bolsillo es todos los días acompañada por una nota que dice: “para María”.
Al otro día Miguel sigue a la mujer de nueva cuenta. Ella grita: “me sigue un hombre, me acosa” y apunta a Miguel. Los policías lo detienen, él no puede hablar, sólo se deja llevar por los policías que exigen respuestas y lo llevan a la cárcel.
Un día entero pasó allí, encerrado, escribiéndole a María, esperando que ella entendiera que lo único que quiere es amarla, cuidarla, protegerla; está consciente que nada los puede unir; ella es bella, él sólo un pescador mal habido. Miguel sale la noche siguiente, mientras piensa si debe continuar siguiendo a María, porque es la única manera en que puede sentirla cerca, pero cree que esa noche piensa que ya no es conveniente y no asiste al jardín a esperar a María hasta la siguiente semana.
Son las doce de la noche, un hombre cierra la cortina oxidada de la farmacia y María no está. Miguel no la ve, recorre el frente de la farmacia y camina por detrás, por si acaso hubiera otra salida, no la hay; Miguel no la ve, corre de un lado a otro, la busca en el jardín; no puede hablar con nadie, nadie le responde.
Se detiene en una banca y anota en su libreta: “¿y María?, ¿Dónde está?”; la muestra a los hombres y mujeres que aún están en la plaza. Nadie le responde sólo un hombre anciano que sabe que Miguel la ama.
“Sé que tú la amas muchacho… Te veo todas las noches, todos los días. Sé que si tú hubieras estado nada hubiera pasado Miguelito... Te conozco desde hace mucho tiempo; todos sabíamos que la cuidabas, menos ella. Sabes vino un Marino muy bien parecido, la conquistó y la llevó a su casa; antes de llegar hizo con ella lo que quiso, lo peor: la aventó a la laguna... apareció esta mañana ahogada”, le contó el anciano a Miguel.
Miguel corrió hasta la laguna que queda detrás de la casa de María, recorrió toda la orilla esperando encontrar algo de ella, no encontró nada. Sólo silencio y el sonido del agua de la laguna movida por el viento, la luna se refleja aún más, en su bolsa no está la flor, olvidó arrancar una del jardín como siempre lo hacía. Se va a su casa.
Al llegar a su casa anota en una hoja de su libreta : “-María, ¿estás despierta?… María , María, ¿estás despierta?, dime algo por favor, dime algo. ¡Respira!, ¡ándale grita!, ¡Hey! Vamos no estoy jugando dime que me amas, no me digas adiós.
Tiene una vida entera de supuestos diálogos con María guardados en un cajón. Sólo en su mente puede hablar, sólo en su mente María murió en sus brazos.
Después de los veinte
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Las cosas han cambiado después de los veinte. Las sumas, las restas son indispensables para tantear lo que un salario rinde. Antes, cuando niño no entendía para qué me servirían las matemáticas; las cuentas ahora no me salen como pensaba y necesito aquellas clases que me expliquen eso de la división. Las responsabilidades castigan las horas de diversión, de tiempo libre, de televisión, de miércoles de cine. Cae la noche, estoy cansado y mañana… otra vez, la excitante rutina que elegí y que no cambio por nada, me siento productivo, ahora con orgullo puedo sentirme alguien, aunque no sea ese alguien que soñé. “las cosas con calma”, pienso, para no frustrarme cuando veo cómo rápidamente pasan los días.Satisfacciones laborales suprimen aquellas etapas de sonrisas entre amigos a la salida de clases. Los amigos quedan para sólo espacios reducidos de tiempo; los capuchinos frapés se extrañan cuando el calor era pretexto para reunirnos, ahora bebo sólo un sorbo, la temperatura derrite el frapé y no puedo disfrutar la crema chantilly, pues me hastía; todo es culpa del calentamiento global con este calor quien se quiere empalagar.¡Un café cargado, por favor! Pido para incentivar la imaginación y para aguantar la jornada que inicia a las nueve de la mañana y terminará en la noche cuando los ojos no resistan más. Las chicharras me arrullan, la computadora queda prendida y ahora toda aquella música sin letra me relaja.El tiempo ha pasado, no hay vuelta atrás, las diferencias sociales duelen como siempre, pero comprendo más de corrupción, de sacrificios, de hambre, de injusticias. ¡Necesito un carro!, ¡una computadora! Y… una casa de INFONAVIT. Después cuando hago ese reclamo al espejo, recapacito, prefiero por ahora no encontrar estabilidad pues si la encontrara dejaría de soñar, dejaría de valorar el trabajo que cuesta tener las cosas, tendría tiempo y dinero para divertirme, dejaría de pensar en un avión, millones de libros, una empresa y mi residencia con un grande jardín.Sobre los libros tengo mucho que decir. Yo un joven que odiaba leer páginas por preferir leer momentos, observar, sólo eso, leía lo que la demás gente decía; ahora me veo en la necesidad de hojear, de leer, de entender, de aplicar… Leo de ética, de estética, de finanzas, filosofía, literatura… todo aquello que me dé soluciones ante el complejo mundo que vivo ahora y que trato de entender, realmente hay algunos que cierro después de la introducción, cuando no entiendo nada.No es por presumir, ¡pero ya escribo en la computadora sin ver el teclado!… pero lo malo, es que me sorprendo menos de las cosas, he dejado de pensar práctico, con lógica porque le temo a cometer errores. Antes no temía a equivocarme, ahora, una falla lo veo como el fin de todo.Siento en estos momentos que las estrategias no son tan buenas porque implican buscar perfección, no razón. Una mujer se acercó a mí hace unos días y me dijo “señor usted es reportero” primero me sorprendió que me dijera “señor”, después que me identificara como reportero por el simple hecho que traía una cámara fotográfica. La señora amablemente me saludó y me dijo “¿Por qué siempre los reporteros, los periodistas hablan sobre temas políticos? Qué no saben que uno la verdad no los entiende, porque no podemos leer siempre los periódicos. La política es la novela más sádica de todos los días, una novela aburrida”.El reclamo se extendió “mire, es que lo que pasa que creo que sólo los que leen los periódicos son los políticos porque se defienden uno de otros de lo que dicen en los medios”… ¿Tendrá razón?, me pregunté inmediatamente después de que habló, pero me convenció cuando exclamó: “¡y a nosotros, la gente nos quieren comprar con páginas enteras de fotografías de nosotros, la gente que no es política cuando estamos en un bar, en una fiesta!”, eso es lo que pasa, aunque quizás duela admitirlo.Después propuso algo muy interesante: “¡ya vio dónde está parado! Vea las banquetas, las coladeras… ¡huela la mierda que brota del drenaje! quizás no leamos el periódico, pero sí vemos que ustedes hacen algo por eso… lo compraremos y después, entenderemos todo si lo aplican a nuestras necesidades” Razón, razón, razón; cosas simples que atañan la vida cotidiana, aquellas cosas que nos molestan y que por las prisas, no somos capaces de ver. Le doy toda la razón señora Mercerdes. Es a lo que me refiero, razón, sentido común, cosas simples… las ciudades crecen, todas por igual, las enfermedades siguen y el Clembuterol, es engaño a final de cuentas, corrupción… uno se da cuenta cuando la carne no rinde en la mesa, y cuando el arroz y los frijoles son la dieta de todos los días, pero ahora sin tortillas, porque no a todos les alcanza. Pasa lo mismo con la gasolina cuando el tanque no se llena, ¿usted tiene carro?, lo entenderá.¿A dónde hemos llegado?.. Me pregunto cada vez que platico con ancianos que extrañan sus antiguas tierras, sus antiguas lagunas que ahora sólo yacen en sus memorias, que algún día se esfumaran como se esfuma la naturaleza. ¿Globalización?, la justificación, ¿sobrepoblación?, la necesidad... no las hay.