miércoles, 24 de septiembre de 2008

A párrafo abierto

¿Política de verdad?

Oscar Cervantes

Hablar de política es igual a pensar, creer e imaginar los conceptos más aberrantes que existen en sociedad tales como la corrupción, el poder, la injusticia y el dinero. Actualmente, el concepto por naturaleza de política se ha venido degradando, ya que según uno de los filósofos y pensadores más importantes que han existido en el mundo como es Aristóteles, aseguró que “la política es y se hace en beneficio de todo el pueblo”.
No hay duda: ninguno de los personajes que encabezan nuestra sociedad lo aplica, es por ello que la credibilidad hacia los partidos políticos y autoridades de gobierno ha disminuido, pues cada evento o situación del país se politiza en beneficio de unos cuántos.
A la fecha, la inseguridad que cubre los estados ha sido una de las consecuencias más graves que ha sufrido el país por no aplicar el concepto de política como debe de ser.
No es posible que diariamente actos delictivos vengan a dañar la integridad de los ciudadanos sin deberla ni temerla. Escuché alguna vez que un líder de una organización ciudadana dijo: “A comparación de otros estados, ¡bendito Colima!”. Creo que no es el caso compararnos con lugares en donde reina la delincuencia, sino la realidad que debería prevalecer sin conformismo, al ser de los menos inseguros, es la cero criminalidad en el estado.
En tanto, las esferas partidistas existentes no permiten que ideas nuevas y frescas entren para revolucionar y cambiar el rumbo del país en pro de la ciudadanía; se han blindado esos círculos con los materiales más difíciles de penetrar. Se acercan las elecciones y para lo único que solicitarán jóvenes será para armar los escenarios en donde los viejos lobos de mar emitirán demagogia y utopías a la población.
Es claro que la juventud servirá de plataforma para que ellos puedan llegar al poder, y también es verdad que cuando estén arriba no se acordarán de los que alguna vez sirvieron como escalones.
Finalmente, comparto la misma idea de muchas personas en que no es posible que las dependencias de gobierno y ayuntamientos en general se hayan convertido en aeropuertos, donde los “aviadores” aterrizan para disfrutar los regalos que la burocracia les tiene preparados a su llegada y en cada vuelo que emprenden, mientras que otros ciudadanos pedalean diariamente para alcanzar la despensa quincenal.

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sábado, 13 de septiembre de 2008

Un buen amigo

Guillermo era un niño de 10 años que solía jugar con Mario algunas tardes antes de dormir, casi siempre estaba callado, envuelto entre la oscuridad de su cuarto que estaba en una de las orillas de una vieja casa, que primero había pertenecido a su abuelo y que ahora es propiedad de su Madre con la que vive solo pues su padre los abandonó cuando Memo era pequeño, cuando tenía tres años y los dejó por otra mujer con la que decía, vivía feliz.

Así creció Memo en un ambiente humilde y en una casa que colinda con el río que cruza la colonia España del centro de la ciudad de Colima. Guillermo era un niño muy tranquilo, nunca ocasionaba algún problema en la escuela, además que era estudioso, muy popular, hábil para el futbol, pero a la vez discreto tanto que sólo conversaba con los demás para decir hola y decir adiós, tan extraño era, que por eso se hizo acreedor del sobrenombre del Cua - cua, por parte de sus compañeros y amigos.

Nunca tenía miedo, se acostumbró a ser autosuficiente y cuando necesitaba de alguien Mario, su mejor amigo estaba ahí, fiel a su llamado, lo cuidaba como si fuera su hermano, se comprendían como los mejores amigos, creían y dudaban de las mismas cosas, nadie podía separarlos cuando estaban juntos, además tenían la misma edad.

Una noche que llovía, algunos rayos cayeron cerca de su casa, ocasionaron apagones en gran parte de la ciudad, Guillermo esperaba a su madre, pero como en algunas otras noches la espera era en vano, su madre no llegaría hasta día siguiente. Memo encendió una vela, caminó por un pequeño corredor y al final se encontró a Mario que le esperaba para entrar a su cuarto.

- Hola Mario, ¿Cómo estás? –preguntó Guillermo al ver a su amigo-

- Hola Memo, pues me imaginé que estarías solo así que vine acompañarte –respondió el Mario con la simpatía que le caracterizaba-

- Pues realmente estoy bien aunque me preocupa mi mamá, es la segunda vez que en la semana que no llega a dormir. – contestó el Memo con tono de preocupación, mientras, esperaba escuchar que se abriera la puerta o sonara el teléfono-

- No te preocupes tu mamá está bien, ¿quieres jugar? ¿quieres platicar?, no estés triste – añadió Mario al momento que abría la puerta del cuarto de Guillermo-

- Está bien, pero un ratito, porque estoy cansado y no me siento nada bien – dijo Memo que comenzó a platicar de todo un poco, de los niños de la escuela, de la niña que le gustaba, de la soledad que vivía en su casa y el miedo que tenía de no ser feliz, de no saber si quería a su mamá o si la odiaba por que lo golpeaba, tambuién decía que hubiera deseado conocer a su papá; se culpaba así mismo de la separación de sus padres cuando era pequeño.

Guillermo habló por más de una hora, hasta que le preguntó a Mario: -Oye Mario cuál ha sido el mejor día de tu vida – preguntó Guillermo por conocer algo de su amigo

-El día más feliz... fue el día que morí, ¿vienes? –respondió Mario al momento que extendió la mano que fue tomada por Guillermo.

El cuerpo de Guillermo días después fue encontrado en el río, pero su alma vive hoy en una casa de la España junto a la de Mario.

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sábado, 6 de septiembre de 2008

Mi compa Fausto

Por Carlos Alberto Pérez Aguilar

No sé si le fastidiaba la noche o le cansaba tenernos tanto tiempo, siempre era Fausto el primero en retirarse de la cantina, era él quien nos dejaba antes de las nueve, antes que la noche cayera, antes que las cervezas se nos subieran y comenzáramos hablar de todo eso que siempre hablábamos: futbol, mujeres, mentiras, más mentiras, sueños, poesías y en ocasiones teníamos el descaro de hablar de nosotros mismos, así éramos, llevábamos una vida de borrachos, quién o qué podría separarnos.

Un día, después de que Fausto se despidió pensé en qué pensaba Fausto cada vez que caminaba medio borracho a su casa, pensaba si estaba harto de nosotros y trataba de imaginar cómo era que nos veía ¿por qué seguiría saliendo con nosotros si en verdad no disfruta nuestra compañía? me preguntaba mientras todos los demás jugaban ajedrez.

El grupo lo conformábamos Manuel, Heliodoro, Ignacio, Fausto, Jacinto y Yo, el primero, casado por azares del destino, los demás, solteros pero igual de enfermos que Manuel, la soledad y el fracaso nos había comido a los 36 años de edad, no hacíamos más que vivir en la parranda y quejándonos del trabajo que teníamos en una fábrica como estibadores, pero aún así estábamos juntos, siempre había dinero para la carne asada, para cervezas y para una prostituta a quien no le importaba tener relaciones con todos por unos cuantos pesos.

Pero regresando a Fausto, me preocupaba, no sé qué le pasaba últimamente, pero desde hace unos meses no es el mismo, creo que sufre por la muerte de Minerva – decía a mí mismo tratando de explicar la actitud de Fausto- Minerva, era el amor de su vida, la mujer que siempre soñó pero que nunca pudo tener, porque él era pobre, porque era feo y tal vez porque era nuestro amigo.

Esa noche recordaba cuanto lloró Fausto por esa mujer, nunca pudo sacársela del corazón, no pudo olvidar las pocas veces en que lo saludó de mano, quizás por eso sufra, o tal vez no, tal vez nosotros no seamos tan buenos amigos que creemos ser, tal vez debe estar harto de escuchar las mismas estupideces de todos los días pero a quién no, si nuestras vidas son una rutina, si nuestros miedos son el miedo de todos y así creemos que somos los dueños del mundo, ahora lo entiendo – me dije en ese momento, molesto, mirando cada una de las pendejadas que los demás decían y hacían mis compañeros de borrachera-.

-Ignacio, me preocupa Fausto deja lo alcanzo, no sé pero lo noto extraño – le comenté a mi amigo que estaba cayéndose de sueño y por la borrachera.

- Sí, ándale, salúdamelo, - respondió recostado en la mesa, ahogado en alcohol y con las ojeras cubriéndole las mejillas.

En el camino no alcancé a Fausto, mientras pensé en por qué éramos amigos aún, no podía explicármelo, trataba de recordar los tiempos de jóvenes cuando soñábamos en conquistar el mundo, pero también pensaba en los problemas que todos me habían ocasionado y por un momento comprendí lo que creía que sentía Fausto, sentí ese enfado de que no hubiera nada más aparte de de nuestro grupo.

Llegué a la casa de Fausto, -es el único que vivía solo en una pequeña casa que su padre le dio. Vi la luz encendida de su cuarto, con la música a todo volumen, con canciones de amor de esas de antaño.

Toqué la puerta lo más fuerte que pude en varias ocasiones y Fausto no abrió, entré inducido por la paranoia que el alcohol produce, pensé en que probablemente se durmió pero la curiosidad me llevó y me metí por la ventana.

Y llegué al cuarto de Fausto, el lugar era malholiente, toqué, pero la música no dejaba escuchar nada más, entreabrí la puerta y Fausto estaba ahí abrazando el cuerpo difunto de Minerva.

Sorprendido por lo ocurrido, salí corriendo de la casa, por un momento pensé en llamar a los demás y contarles lo que vi o llamar a la policía, pero cuando volteé a la casa de Fausto por ultima vez, recordé la imagen de Fausto, recordé la sonrisa con que miraba el cuerpo pálido de la mujer, ahora su mujer, decidí callar, era mi amigo y él, a diferencia de nosotros era feliz.

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