sábado, 6 de septiembre de 2008

Mi compa Fausto

Por Carlos Alberto Pérez Aguilar

No sé si le fastidiaba la noche o le cansaba tenernos tanto tiempo, siempre era Fausto el primero en retirarse de la cantina, era él quien nos dejaba antes de las nueve, antes que la noche cayera, antes que las cervezas se nos subieran y comenzáramos hablar de todo eso que siempre hablábamos: futbol, mujeres, mentiras, más mentiras, sueños, poesías y en ocasiones teníamos el descaro de hablar de nosotros mismos, así éramos, llevábamos una vida de borrachos, quién o qué podría separarnos.

Un día, después de que Fausto se despidió pensé en qué pensaba Fausto cada vez que caminaba medio borracho a su casa, pensaba si estaba harto de nosotros y trataba de imaginar cómo era que nos veía ¿por qué seguiría saliendo con nosotros si en verdad no disfruta nuestra compañía? me preguntaba mientras todos los demás jugaban ajedrez.

El grupo lo conformábamos Manuel, Heliodoro, Ignacio, Fausto, Jacinto y Yo, el primero, casado por azares del destino, los demás, solteros pero igual de enfermos que Manuel, la soledad y el fracaso nos había comido a los 36 años de edad, no hacíamos más que vivir en la parranda y quejándonos del trabajo que teníamos en una fábrica como estibadores, pero aún así estábamos juntos, siempre había dinero para la carne asada, para cervezas y para una prostituta a quien no le importaba tener relaciones con todos por unos cuantos pesos.

Pero regresando a Fausto, me preocupaba, no sé qué le pasaba últimamente, pero desde hace unos meses no es el mismo, creo que sufre por la muerte de Minerva – decía a mí mismo tratando de explicar la actitud de Fausto- Minerva, era el amor de su vida, la mujer que siempre soñó pero que nunca pudo tener, porque él era pobre, porque era feo y tal vez porque era nuestro amigo.

Esa noche recordaba cuanto lloró Fausto por esa mujer, nunca pudo sacársela del corazón, no pudo olvidar las pocas veces en que lo saludó de mano, quizás por eso sufra, o tal vez no, tal vez nosotros no seamos tan buenos amigos que creemos ser, tal vez debe estar harto de escuchar las mismas estupideces de todos los días pero a quién no, si nuestras vidas son una rutina, si nuestros miedos son el miedo de todos y así creemos que somos los dueños del mundo, ahora lo entiendo – me dije en ese momento, molesto, mirando cada una de las pendejadas que los demás decían y hacían mis compañeros de borrachera-.

-Ignacio, me preocupa Fausto deja lo alcanzo, no sé pero lo noto extraño – le comenté a mi amigo que estaba cayéndose de sueño y por la borrachera.

- Sí, ándale, salúdamelo, - respondió recostado en la mesa, ahogado en alcohol y con las ojeras cubriéndole las mejillas.

En el camino no alcancé a Fausto, mientras pensé en por qué éramos amigos aún, no podía explicármelo, trataba de recordar los tiempos de jóvenes cuando soñábamos en conquistar el mundo, pero también pensaba en los problemas que todos me habían ocasionado y por un momento comprendí lo que creía que sentía Fausto, sentí ese enfado de que no hubiera nada más aparte de de nuestro grupo.

Llegué a la casa de Fausto, -es el único que vivía solo en una pequeña casa que su padre le dio. Vi la luz encendida de su cuarto, con la música a todo volumen, con canciones de amor de esas de antaño.

Toqué la puerta lo más fuerte que pude en varias ocasiones y Fausto no abrió, entré inducido por la paranoia que el alcohol produce, pensé en que probablemente se durmió pero la curiosidad me llevó y me metí por la ventana.

Y llegué al cuarto de Fausto, el lugar era malholiente, toqué, pero la música no dejaba escuchar nada más, entreabrí la puerta y Fausto estaba ahí abrazando el cuerpo difunto de Minerva.

Sorprendido por lo ocurrido, salí corriendo de la casa, por un momento pensé en llamar a los demás y contarles lo que vi o llamar a la policía, pero cuando volteé a la casa de Fausto por ultima vez, recordé la imagen de Fausto, recordé la sonrisa con que miraba el cuerpo pálido de la mujer, ahora su mujer, decidí callar, era mi amigo y él, a diferencia de nosotros era feliz.

1 comentario:

2aM Comunicación dijo...

Quién no quisiera conocer a Juanito y sus zapatos limpios, o ser o tener un amigo como Fausto. También esas historias de media noche, en la que la paranoia a veces nos invade, mientras dialogamos solos con nuestra mente y la ciudad se encarga de hacernos vivir el momento.

La neta es que me gustó mucho tu blog che Charlillos.

Felicidades, y me da gusto tener un periodista de tu talla... no por gordito..jejee..; como amigo..

Espero que el blog siga dando para más y más historias, en la que esa ficticia realidad siga siendo la protagonista.

Saludos...y te dejo mi blog...pa que también lo leas.. jeje

www.2aminforma.blogspot.com