Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Habían pasado casi 10 años para que Francisco volviera abrir la maleta, una maleta con la que se había subido al tren hace casi 15 años, una maleta donde había guardado no sólo juguetes de madera sino los recuerdos más gratos de su infancia.
El “More” se subió por primera vez a un tren a los tres años, cuando sus padres se mudaron de Guadalajara para trabajar en Manzanillo como vendedores de artesanías. En Guadalajara no pudieron hacer vida, Rosa y Manuel –sus padres- no podían competir con los grandes artesanos de Tlaquepaque y de Zapopan que eran grupos más grandes, y una pareja de la costa michoacana no podrían contender con los artesanos natales ya que tenían organizados los tianguis y los puestos ambulantes.
Fue así por necesidad que pensaron en el puerto como la opción más fácil ya que recientemente el turismo nacional e internacional, veía a Manzanillo como una interesante opción de descanso. Francisco, -como se llama originalmente el More-, de niño recordaba día con día su viaje en tren, fue la primera vez que viajó, se ilusionó y desde ahí comenzó un amor por el Ferrocarril que conserva hasta la fecha, después de haber cumplido su sueño y ser ahora capitán de flota ferroviaria de Ferrocarriles Mexicanos en Manzanillo.
Tal vez había dejado que pasara el tiempo desde que tenía 5 años, simplemente una tarde se subió al tren con don Pedro, y dejó que su entonces capitán le aconsejara día con día hasta cederle su puesto, Pues pese a que el More era muy pequeño en ese entonces, tenía la inteligencia y la pasión para sustituir a Pedro después de haber cumplido sus 50 años en servicio.Esta noche de septiembre del 2006, Paco miró la maleta o el velís café que su padre le regaló una noche para que se cambiara de ropa cada día y no anduviera de apestoso como don Pedro, “aunque sean cuatro días los que no te veamos, no se te olvide que eres capitán del tren como don Pedro y siempre debes verte limpio no como él” decía su madre burlándose de Pedro su vecino de la colonia el Túnel, cada vez que Paco corría para no llevarse la maleta.
Paco abrió el equipaje sucio, empolvado por los años y observó los seis títeres de madera un pequeño trenecito que su padre le había regalado y hecho con sus manos, para festejar su cumpleaños numero siete, dándole la sorpresa una noche que tuvo que irse a Guadalajara con don Pedro.
A un costado de las marionetas, vio una moneda de mil pesos y una de cinco mil, de las pesadotas con la cara de Sor Juana Inés de la Cruz y los Niños Héroes y recordó que en una ocasión ya hace como 10 años las había guardado para comprarle a su madre un regalo para un 10 de Mayo, tal vez un juego de tazas de las que se vendían en las tiendas de todo X 5000, y el peso serviría para envolver el regalo. No lo hizo, creyó perdido el dinero, su sueldo de cada viaje por acompañar a don Pedro hasta Guadalajara y regresar.
El More, mientras dirigía el tren, recordaba los furgones de pasajeros de hace poco más de una década, los andenes llenos en plaza la perlita en Manzanillo y la estación de Guadalajara, también inmortalizaba el ruido de las antiguas locomotoras, hacía memoria de la gente que roncaba en los asientos del tren y las travesuras que hacía con don Pedro, su amigo.
Recordó al ver las marionetas, las noches en que se ponía a jugar en los pasillos con ellas, y recreó unos diálogos para recordar su infancia en el tren. El More no se arrepentía de no ir a la escuela, siempre estuvo de acuerdo con don Pedro en que “la mejor escuela es la práctica y que a la escuela sólo se iba a buscar novia”, no se arrepentía de pasar los días con don Pedro, más que con sus padres, quienes apoyaron a Paquito para que no pasara las miserias que ellos pasaban en su casa, Paco siempre lo supo.
Esa noche, era inevitable no llorar, el capitán salió de la locomotora y se recargó en el pasamanos para ver la vía del tren, la luna llena y el paisaje acompañado del aire fresco de la región de Sayula, observó el brillo de la noche, hace años que Paco no disfrutaba tanto el ver las góndolas cubiertas de plata por la luna, al poder distinguirlas en una curva. Miraba la cantidad de carga que llevaba, casi 100 toneladas arriadas por dos locomotoras, se puso a contar los vagones como pudo, con los dedos de las manos y de los pies, pensaba en las palabras que le decía don Pedro, “hijo tienes una labor muy importante cuenta los vagones, cuántos de pasajeros, cuántas góndolas, cuántas plataformas, cuántas tolvas y después me las apuntas por favor, más de 50, es peligroso, el tren se va al cielo”. Realmente, puedo decir que las cuentas no eran para él, cuando llegaba a 10, se dormía abrazando a sus títeres, además que muchas veces resulta imposible ver más de 10.
El More sacó las marionetas y el tren de la maleta sin molestar a su compañero de trabajo quien dormía como siempre porque no disfrutaba su trabajo, sacó también las monedas y las echó en su bolsa; volvió a salir al anden, sentó a los muñecos como cuando era niño y puso el tren en posición idéntica al que dirigía, contó los vagones eran sólo cinco, después miró el horizonte a donde apuntaban sus trenes y se preguntó “¿hasta cuándo podré manejar un tren más rápido?, ¿hasta cuando veré de nuevo a la gente leyendo periódicos en los asientos de un tren?, ¿cuánto tendrá que pasar para que se den cuenta que esta es la vía más rápida, más segura y más bella que puede haber y que no es cosa del pasado?, ¿cuándo reconocerán nuestro trabajo y dejarán de vernos como títeres mugrosos?.
martes, 12 de agosto de 2008
Los títeres mugrosos y el tren
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario