Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Abrió los ojos después de un largo sueño. Un sueño de color naranja donde aparecían siluetas amarillas, rojas y negras entremezcladas en un recuerdo vago, casi nulo. Lo primero que vio, fue un resplandeciente blanco y cuadros delineados de color negro.
Cerró los ojos de nueva cuenta; esperó a que su vista descansara del impacto de las luces, y que su visión fuera clara, no opaca. Escuchó un sonido irreconocible, se escuchó un: tic-tic-tic-tic-tic, eterno, largo, rítmico; acompañado de murmullos. No era su habitación, no era su casa, ni la de sus abuelos; los murmullos no salían de la cocina y el tictageo no era el de su despertador.
Comenzó a sentir desesperación. Se humedeció los labios que estaban completamente secos y jaló de las sábanas. Quiso hablar, no pudo. Se movió de un lado a otro, extendió sus brazos y e intentó soltarse de algo que sentía lo aprisionaba de sus muñecas.
Tumbó todo lo que estaba a su alrededor. Abrió los ojos una vez más. De entrepaño de sus lágrimas y el destello de la luz, distinguió unas manos cálidas que lo tocaron en sus piernas, pese al frío de la habitación. Subió la mirada y se encontró con el rostro de su madre a quien no pudo abrazar por el jaloneo de unos hombres vestidos con ropas de azul cielo.
Cerró los ojos otra vez. En un segundo, quiso recordar todo pero no pudo. Volvió abrir los ojos al momento en que tres personas lo sujetaban de sus brazos y de sus piernas. Giró su rostro y vio un trozo de venda que le interrumpió la vista para encontrar a su madre.
Después la distinguió en un costado hincada y llorando. -¡Mamá!- gritó el niño, antes de sentir una inyección que perforaba su brazo. Cerró los ojos.
Cuatro horas después despertó. Al despertar vio el rostro de su madre quien lo abrazó con precaución, mucha precaución, mientras lloraba.-¿Qué pasó?- preguntó el niño, en tono suave, conciente de que estaba en un hospital. -Nada, estás bien, es lo que importa- respondió la madre. que se soltó en llanto.
-¿Y mi papá?- cuestionó una vez más el niño, mientras su madre lloraba.
- Él te quiere mucho- añadió sin poder decir más.
-¿Está bien?- insistió.
-Sí, él está muy bien, sólo me encargó que te cuidara.
Él está con los angelitos- dijo la madre.
-¿Se murió?- preguntó una vez más el chico, un poco resignado al recordar parte del acontecimiento.
-Sí… te… salvó- . El niño volteó su cabeza a un costado y cerró los ojos. Trató de no llorar.
Revivió en ese momento la última escena. No contuvo las lágrimas, recordó que su padre lo abrazó cuando su casa se incendiaba después de una explosión de gas.
-"Vámonos hijo, no me sueltes"- fueron las últimas palabras que escuchó de su padre. Al abrir los ojos miró el reloj, era 6 de noviembre.
-¿Mamá?, hoy es mi cumpleaños- dijo el niño, intentando ver sonreír a su madre.
-Sí, sí hijo, hoy cumples 6 años.
sábado, 23 de agosto de 2008
El regalo de un padre
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