sábado, 26 de julio de 2008

Después de los veinte

Por Carlos Alberto Pérez Aguilar


Las cosas han cambiado después de los veinte. Las sumas, las restas son indispensables para tantear lo que un salario rinde. Antes, cuando niño no entendía para qué me servirían las matemáticas; las cuentas ahora no me salen como pensaba y necesito aquellas clases que me expliquen eso de la división. Las responsabilidades castigan las horas de diversión, de tiempo libre, de televisión, de miércoles de cine. Cae la noche, estoy cansado y mañana… otra vez, la excitante rutina que elegí y que no cambio por nada, me siento productivo, ahora con orgullo puedo sentirme alguien, aunque no sea ese alguien que soñé. “las cosas con calma”, pienso, para no frustrarme cuando veo cómo rápidamente pasan los días.Satisfacciones laborales suprimen aquellas etapas de sonrisas entre amigos a la salida de clases. Los amigos quedan para sólo espacios reducidos de tiempo; los capuchinos frapés se extrañan cuando el calor era pretexto para reunirnos, ahora bebo sólo un sorbo, la temperatura derrite el frapé y no puedo disfrutar la crema chantilly, pues me hastía; todo es culpa del calentamiento global con este calor quien se quiere empalagar.¡Un café cargado, por favor! Pido para incentivar la imaginación y para aguantar la jornada que inicia a las nueve de la mañana y terminará en la noche cuando los ojos no resistan más. Las chicharras me arrullan, la computadora queda prendida y ahora toda aquella música sin letra me relaja.El tiempo ha pasado, no hay vuelta atrás, las diferencias sociales duelen como siempre, pero comprendo más de corrupción, de sacrificios, de hambre, de injusticias. ¡Necesito un carro!, ¡una computadora! Y… una casa de INFONAVIT. Después cuando hago ese reclamo al espejo, recapacito, prefiero por ahora no encontrar estabilidad pues si la encontrara dejaría de soñar, dejaría de valorar el trabajo que cuesta tener las cosas, tendría tiempo y dinero para divertirme, dejaría de pensar en un avión, millones de libros, una empresa y mi residencia con un grande jardín.Sobre los libros tengo mucho que decir. Yo un joven que odiaba leer páginas por preferir leer momentos, observar, sólo eso, leía lo que la demás gente decía; ahora me veo en la necesidad de hojear, de leer, de entender, de aplicar… Leo de ética, de estética, de finanzas, filosofía, literatura… todo aquello que me dé soluciones ante el complejo mundo que vivo ahora y que trato de entender, realmente hay algunos que cierro después de la introducción, cuando no entiendo nada.No es por presumir, ¡pero ya escribo en la computadora sin ver el teclado!… pero lo malo, es que me sorprendo menos de las cosas, he dejado de pensar práctico, con lógica porque le temo a cometer errores. Antes no temía a equivocarme, ahora, una falla lo veo como el fin de todo.Siento en estos momentos que las estrategias no son tan buenas porque implican buscar perfección, no razón. Una mujer se acercó a mí hace unos días y me dijo “señor usted es reportero” primero me sorprendió que me dijera “señor”, después que me identificara como reportero por el simple hecho que traía una cámara fotográfica. La señora amablemente me saludó y me dijo “¿Por qué siempre los reporteros, los periodistas hablan sobre temas políticos? Qué no saben que uno la verdad no los entiende, porque no podemos leer siempre los periódicos. La política es la novela más sádica de todos los días, una novela aburrida”.El reclamo se extendió “mire, es que lo que pasa que creo que sólo los que leen los periódicos son los políticos porque se defienden uno de otros de lo que dicen en los medios”… ¿Tendrá razón?, me pregunté inmediatamente después de que habló, pero me convenció cuando exclamó: “¡y a nosotros, la gente nos quieren comprar con páginas enteras de fotografías de nosotros, la gente que no es política cuando estamos en un bar, en una fiesta!”, eso es lo que pasa, aunque quizás duela admitirlo.Después propuso algo muy interesante: “¡ya vio dónde está parado! Vea las banquetas, las coladeras… ¡huela la mierda que brota del drenaje! quizás no leamos el periódico, pero sí vemos que ustedes hacen algo por eso… lo compraremos y después, entenderemos todo si lo aplican a nuestras necesidades” Razón, razón, razón; cosas simples que atañan la vida cotidiana, aquellas cosas que nos molestan y que por las prisas, no somos capaces de ver. Le doy toda la razón señora Mercerdes. Es a lo que me refiero, razón, sentido común, cosas simples… las ciudades crecen, todas por igual, las enfermedades siguen y el Clembuterol, es engaño a final de cuentas, corrupción… uno se da cuenta cuando la carne no rinde en la mesa, y cuando el arroz y los frijoles son la dieta de todos los días, pero ahora sin tortillas, porque no a todos les alcanza. Pasa lo mismo con la gasolina cuando el tanque no se llena, ¿usted tiene carro?, lo entenderá.¿A dónde hemos llegado?.. Me pregunto cada vez que platico con ancianos que extrañan sus antiguas tierras, sus antiguas lagunas que ahora sólo yacen en sus memorias, que algún día se esfumaran como se esfuma la naturaleza. ¿Globalización?, la justificación, ¿sobrepoblación?, la necesidad... no las hay.

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