Carlos Alberto Pérez Aguilar
No entiendo verdaderamente a muchos de “los pobres” que se quejan de no tener dinero para sobrevivir pero sí para acatar las reglas bancarias y asumir las deudas sin temor alguno al buró de crédito o a los embargos. Claro, creo yo que tener un teléfono celular capaz de guardar música y uno que otro ringtone que te diga: “¡wey contesta!, ¡contesta!, ¡qué no escuchas el pinche teléfono! debe valer realmente la pena; no lo dudo, pues eso de arrebatar sonrisas y difundir agrado en el autobús debe generar algún tipo de satisfacción.
Pero no todo queda en un simple, diminuto, estético, y multifuncional teléfono celular; tengo fresco en mi memoria (y no usb) el caso de una madre que sorprendida vio como su cocina fue transformada el 10 de mayo: refrigerador, estufa, trastes, pretil, fregadero… ¡todo nuevo!, pero bueno. como prueba de que lo material es pasajero en octubre, como toda comprensiva mujer asumió que los lujos son temporales al momento en que un abogado, requerimiento en mano, se llevó cada uno de los regalos que sus hijos con tanto sacrificio no pudieron pagar, cosas van, cosas vienen, seguramente pensó.
De entre los falsos placeres y los deseos provocados por la mercadotecnia pensemos realmente qué es lo que necesitamos para sobrevivir, entendiendo que la humildad no ha sido una de las características del último siglo podemos aún catalogar las necesidades y evitar la pobreza, que para mí radica en desear lo que los otros tienen. ¿Quién no desearía tener una Hummer para el fin de semana con los amigos?, pero mejor es tener un amigo con una Hummer, para que él maneje y te deje en la puerta de tu casa, en el entendido que el amigo será tan sencillo como para entender que tu bocho después de la séptima cuadra los puede dejar sin disfrutar la noche.
Me sorprende mucho en lo particular, el desarrollo comercial y tecnológico, me atrapa que la investigación científica logre tanto impacto económico con materia vendible pero lamento que muchas de éstas que tienen finen sociales y que podrían dar respuestas claras y soluciones a problemas de seguridad, ecológicos y culturales no tengan impacto alguno porque simplemente no son materia monetariamente trascendente: yo pensaría, por decir algo, en softwares capaces de llevar a cargo la administración pública y reducir la nómina de servidores públicos para que haya mayor inversión en obra y gasto social, pues de qué sirve pagarle a alguien del gobierno si además de hacerme mala cara al atenderme podría, si tiene la facilidad, robarse un poco de lo que les damos.
En fin, mientras los cerebros sean aprovechados por el bien económico, que para muchos significa la felicidad, creo yo desperdiciaremos la posibilidad de ver concretado el sueño de un mundo mejor, con igualdades y posibilidades para todos, aunque debo decirlo, que cuando tengo dinero, no es tan desagradable poder decir, “entre más consumo más feliz soy” aunque sea por un ratito, porque siempre habrá un excéntrico que tendrá materialmente más que yo.
miércoles, 27 de agosto de 2008
Entre más consumo, más feliz soy
sábado, 23 de agosto de 2008
Crónica de un paranoico
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Eran las 2:30 de la madrugada, caminaba por la Gabino Barreda. Qué podía haber de diferencia entre los otros días y ése, qué podía cambiar en una ciudad que a esas horas de la noche parece fantasma.
A excepción de las prostitutas, borrachos, enfermos, taxistas, estudiantes, periodistas y yo, todos dormían en Colima, sólo las luces de las farolas medio iluminaban el camino que me llevaría a casa; sólo algunos taxis pasaban esperando a que les hiciera la parada, pero es tan relajante caminar a estas horas, es tan agradable disfrutar del poco viento que corre en estas noches de calor del mes de mayo, que no me importó caminar algunas cuadras más.
Mientras andaba lentamente por la acera veía las casas: unas grandes con amplias ventanas y con rejas de acero que parecen prisiones; otras pequeñas con tejados y con puertas de madera; otras, muchas, se han convertido en locales comerciales.
En esos momentos pensaba además en los pendientes del día, en qué había dejado de hacer hoy para hacerlo mañana y qué simplemente dejé de hacer para no hacerlo nunca. Pensaba a la vez en las Olimpiadas, en la quiniela y en las próximas elecciones, mientras, vigilaba el movimiento de la luna, que en esa ocasión se tiñó de amarillo para acentuar el tono bohemio de la noche del de Agosto.
De entre la soledad de la calle, casi frente al Foro Pablo Silva, pude ver un hombre de aspecto demacrado, cansado, tal vez un poco ebrio, que caminaba hacía mi; pasó por un costado sin saludar, sólo mirándome a los ojos, con su cuerpo que se encontraba encorvado, y él caminaba suave, caminaba lento, agonizando, lo demostraba con su respiración, me di cuenta que un perro lo seguía detrás.
Son cerca de seis pasos los que dio el hombre cuando escuché que detuvo su andar, detuvo su respiración, el perro que lo acompaña se regresó a olerme. – les pregunto a ustedes, en ese momento qué se puede hacer cuando te encuentras a un borracho en la calle- sentí frío, mis manos sudaron y mi respiración se detuvo; el hombre se acercó de nueva cuenta a mí, el pestilente olor a mezcal lo delataba y, justo, cuando se paró a mi lado, introdujo su mano a la bolsa y preguntó:
-Joven, tiene un cigarro que me regale,
-Claro que sí señor, respondí mientras sacaba rápidamente la cajetilla de mi pantalón y sintiendo alivio después de escuchar su petición.
-Muchas gracias, respondió el hombre.
-De nada, hasta luego, me despedí amablemente.
Seguí caminando unos pasos después del susto, al voltear, quise ver al hombre y a su mascota, pero me di cuenta que el cigarro estaba en el piso, tirado junto a una mierda de perro...
El regalo de un padre
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Abrió los ojos después de un largo sueño. Un sueño de color naranja donde aparecían siluetas amarillas, rojas y negras entremezcladas en un recuerdo vago, casi nulo. Lo primero que vio, fue un resplandeciente blanco y cuadros delineados de color negro.
Cerró los ojos de nueva cuenta; esperó a que su vista descansara del impacto de las luces, y que su visión fuera clara, no opaca. Escuchó un sonido irreconocible, se escuchó un: tic-tic-tic-tic-tic, eterno, largo, rítmico; acompañado de murmullos. No era su habitación, no era su casa, ni la de sus abuelos; los murmullos no salían de la cocina y el tictageo no era el de su despertador.
Comenzó a sentir desesperación. Se humedeció los labios que estaban completamente secos y jaló de las sábanas. Quiso hablar, no pudo. Se movió de un lado a otro, extendió sus brazos y e intentó soltarse de algo que sentía lo aprisionaba de sus muñecas.
Tumbó todo lo que estaba a su alrededor. Abrió los ojos una vez más. De entrepaño de sus lágrimas y el destello de la luz, distinguió unas manos cálidas que lo tocaron en sus piernas, pese al frío de la habitación. Subió la mirada y se encontró con el rostro de su madre a quien no pudo abrazar por el jaloneo de unos hombres vestidos con ropas de azul cielo.
Cerró los ojos otra vez. En un segundo, quiso recordar todo pero no pudo. Volvió abrir los ojos al momento en que tres personas lo sujetaban de sus brazos y de sus piernas. Giró su rostro y vio un trozo de venda que le interrumpió la vista para encontrar a su madre.
Después la distinguió en un costado hincada y llorando. -¡Mamá!- gritó el niño, antes de sentir una inyección que perforaba su brazo. Cerró los ojos.
Cuatro horas después despertó. Al despertar vio el rostro de su madre quien lo abrazó con precaución, mucha precaución, mientras lloraba.-¿Qué pasó?- preguntó el niño, en tono suave, conciente de que estaba en un hospital. -Nada, estás bien, es lo que importa- respondió la madre. que se soltó en llanto.
-¿Y mi papá?- cuestionó una vez más el niño, mientras su madre lloraba.
- Él te quiere mucho- añadió sin poder decir más.
-¿Está bien?- insistió.
-Sí, él está muy bien, sólo me encargó que te cuidara.
Él está con los angelitos- dijo la madre.
-¿Se murió?- preguntó una vez más el chico, un poco resignado al recordar parte del acontecimiento.
-Sí… te… salvó- . El niño volteó su cabeza a un costado y cerró los ojos. Trató de no llorar.
Revivió en ese momento la última escena. No contuvo las lágrimas, recordó que su padre lo abrazó cuando su casa se incendiaba después de una explosión de gas.
-"Vámonos hijo, no me sueltes"- fueron las últimas palabras que escuchó de su padre. Al abrir los ojos miró el reloj, era 6 de noviembre.
-¿Mamá?, hoy es mi cumpleaños- dijo el niño, intentando ver sonreír a su madre.
-Sí, sí hijo, hoy cumples 6 años.
martes, 12 de agosto de 2008
Los títeres mugrosos y el tren
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Habían pasado casi 10 años para que Francisco volviera abrir la maleta, una maleta con la que se había subido al tren hace casi 15 años, una maleta donde había guardado no sólo juguetes de madera sino los recuerdos más gratos de su infancia.
El “More” se subió por primera vez a un tren a los tres años, cuando sus padres se mudaron de Guadalajara para trabajar en Manzanillo como vendedores de artesanías. En Guadalajara no pudieron hacer vida, Rosa y Manuel –sus padres- no podían competir con los grandes artesanos de Tlaquepaque y de Zapopan que eran grupos más grandes, y una pareja de la costa michoacana no podrían contender con los artesanos natales ya que tenían organizados los tianguis y los puestos ambulantes.
Fue así por necesidad que pensaron en el puerto como la opción más fácil ya que recientemente el turismo nacional e internacional, veía a Manzanillo como una interesante opción de descanso. Francisco, -como se llama originalmente el More-, de niño recordaba día con día su viaje en tren, fue la primera vez que viajó, se ilusionó y desde ahí comenzó un amor por el Ferrocarril que conserva hasta la fecha, después de haber cumplido su sueño y ser ahora capitán de flota ferroviaria de Ferrocarriles Mexicanos en Manzanillo.
Tal vez había dejado que pasara el tiempo desde que tenía 5 años, simplemente una tarde se subió al tren con don Pedro, y dejó que su entonces capitán le aconsejara día con día hasta cederle su puesto, Pues pese a que el More era muy pequeño en ese entonces, tenía la inteligencia y la pasión para sustituir a Pedro después de haber cumplido sus 50 años en servicio.Esta noche de septiembre del 2006, Paco miró la maleta o el velís café que su padre le regaló una noche para que se cambiara de ropa cada día y no anduviera de apestoso como don Pedro, “aunque sean cuatro días los que no te veamos, no se te olvide que eres capitán del tren como don Pedro y siempre debes verte limpio no como él” decía su madre burlándose de Pedro su vecino de la colonia el Túnel, cada vez que Paco corría para no llevarse la maleta.
Paco abrió el equipaje sucio, empolvado por los años y observó los seis títeres de madera un pequeño trenecito que su padre le había regalado y hecho con sus manos, para festejar su cumpleaños numero siete, dándole la sorpresa una noche que tuvo que irse a Guadalajara con don Pedro.
A un costado de las marionetas, vio una moneda de mil pesos y una de cinco mil, de las pesadotas con la cara de Sor Juana Inés de la Cruz y los Niños Héroes y recordó que en una ocasión ya hace como 10 años las había guardado para comprarle a su madre un regalo para un 10 de Mayo, tal vez un juego de tazas de las que se vendían en las tiendas de todo X 5000, y el peso serviría para envolver el regalo. No lo hizo, creyó perdido el dinero, su sueldo de cada viaje por acompañar a don Pedro hasta Guadalajara y regresar.
El More, mientras dirigía el tren, recordaba los furgones de pasajeros de hace poco más de una década, los andenes llenos en plaza la perlita en Manzanillo y la estación de Guadalajara, también inmortalizaba el ruido de las antiguas locomotoras, hacía memoria de la gente que roncaba en los asientos del tren y las travesuras que hacía con don Pedro, su amigo.
Recordó al ver las marionetas, las noches en que se ponía a jugar en los pasillos con ellas, y recreó unos diálogos para recordar su infancia en el tren. El More no se arrepentía de no ir a la escuela, siempre estuvo de acuerdo con don Pedro en que “la mejor escuela es la práctica y que a la escuela sólo se iba a buscar novia”, no se arrepentía de pasar los días con don Pedro, más que con sus padres, quienes apoyaron a Paquito para que no pasara las miserias que ellos pasaban en su casa, Paco siempre lo supo.
Esa noche, era inevitable no llorar, el capitán salió de la locomotora y se recargó en el pasamanos para ver la vía del tren, la luna llena y el paisaje acompañado del aire fresco de la región de Sayula, observó el brillo de la noche, hace años que Paco no disfrutaba tanto el ver las góndolas cubiertas de plata por la luna, al poder distinguirlas en una curva. Miraba la cantidad de carga que llevaba, casi 100 toneladas arriadas por dos locomotoras, se puso a contar los vagones como pudo, con los dedos de las manos y de los pies, pensaba en las palabras que le decía don Pedro, “hijo tienes una labor muy importante cuenta los vagones, cuántos de pasajeros, cuántas góndolas, cuántas plataformas, cuántas tolvas y después me las apuntas por favor, más de 50, es peligroso, el tren se va al cielo”. Realmente, puedo decir que las cuentas no eran para él, cuando llegaba a 10, se dormía abrazando a sus títeres, además que muchas veces resulta imposible ver más de 10.
El More sacó las marionetas y el tren de la maleta sin molestar a su compañero de trabajo quien dormía como siempre porque no disfrutaba su trabajo, sacó también las monedas y las echó en su bolsa; volvió a salir al anden, sentó a los muñecos como cuando era niño y puso el tren en posición idéntica al que dirigía, contó los vagones eran sólo cinco, después miró el horizonte a donde apuntaban sus trenes y se preguntó “¿hasta cuándo podré manejar un tren más rápido?, ¿hasta cuando veré de nuevo a la gente leyendo periódicos en los asientos de un tren?, ¿cuánto tendrá que pasar para que se den cuenta que esta es la vía más rápida, más segura y más bella que puede haber y que no es cosa del pasado?, ¿cuándo reconocerán nuestro trabajo y dejarán de vernos como títeres mugrosos?.
martes, 5 de agosto de 2008
¡Que no suban el camión!
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Padre nuestro danos hoy la tortilla de cada día, danos un bolillo y un litro de leche. Préstanos para comprar frijoles, jamón y azúcar para el café.
Desde hoy propongo a los mexicanos realizar esta petición a Dios para que a todos nos eche la mano en este año que apenas comienza, es que… ¡qué caro es comer! Mire usted, deje le cuento:
Esta mañana me desperté con un chingo de hambre (de esa hambre que uno trae los miércoles) y traía sólo 20 pesos en la bolsa, a causa de que el lunes me corrieron de mi trabajo de velador y fue hasta en la tarde cuando me dieron mi liquidación.
Después de levantarme y vestirme fui a la tienda de autoservicio cercana a su humilde casa (ya que la tiendita de doña Eugenia quebró). Entré entusiasmado porque en el camino me repetí a mí mismo mientras veía mi billete -¡Sí cabrón, con 20 baros la haces… sí, si te alcanza para comprar un kilito de tortillas, un vasito de crema y un litro de leche, e igual te sobra de eso que compres para la hora de la comida, también te alcanza para el camión para ir a cobrar la liquidación!-.
Entré al establecimiento como buen vaquero en cantina del viejo oeste al abrir las dos puertas rebatibles con mis manos. Me dirigí al pasillo de lácteos, jugos y refrescos. Miré los refrigeradores como si fuera un oasis en el desierto y surgió la inevitable pregunta… -¿Qué compro?, ¿qué compro?- recordé que iba por leche y que no traía dinero como de costumbre para comprar la coquita, la leche y un yogurt.
No sé si nunca había prestado atención a los precios, pero el litro de leche está a ¡nueve pesos con 50 centavos! Revisé por arriba, por abajo y pregunté a la señorita -¿Oiga están bien los precios?- la muchacha mostrando pena ajena simplemente respondió - Sí señor, la leche está a 9.50, ahí dice (como queriendo decir: qué, no sabe leer, mendigo tacaño)-.
Bueno, no me quedaba de otra, tenía la leche en mi mano e ilusionado esperaba me alcanzara para las tortillas y la crema, mi sorpresa fue cuando me acerqué a la hielera donde estaban las tortillas y leí (para evitar miradas de la chava) que decía “diez pesos el kilo”. –Oiga señorita ¿no tiene de medio kilo?-pregunté para evitar de nueva cuenta otra mirada de la despachadora- No señor, sólo de kilo, ya se acabaron los de medio, ¡con eso de que subieron! ya nadie quiere de kilo-
Dejé la idea de las tortillas y después puse la leche en el refrigerador, ni chance de pensar en la crema… ¿a cuánto me iba a salir? Tomé mejor una coca cola de litro (lo bueno que no subió), un bolillo y una bolsa de Rancheritos. Después pagar los 16 pesos la mujer me preguntó – ¿Hoy no va querer su periódico?-.
El Paréntesis del doctor Remedios:
Qué mal agradecidos somos los mexicanos… qué no ven que el gobierno lo que quiere es que comamos puras ensaladas. Qué no ven que quieren que seamos esbeltos para que el pueblo se mantenga de puros modelos y edecanes de talla mundial así como las italianas, las checas y las suecas.
Quieren también que los tacos sean sólo en restaurantes como la comida internacional y exclusivamente para las cenas románticas. Que la tortilla sea un patrimonio de la humanidad expuesta en museos.
Qué no se dan cuenta que el mal del mexicano es la tortilla ¿qué no lo pueden ver?. El salario mínimo de 54 pesos y está previsto para que una familia coma diario lechuga, pan y agua. ¡Buen provecho! y olvídese de los refrescos, la leche, las tortillas y las tortitas de jamón, además de los chilaquiles y los tacos de chicharrón.
sábado, 2 de agosto de 2008
Hablé con ella
Crónica de un paranoico II parte
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Caminas por más de tres horas. Tratas de cansarte para llegar a tu casa a dormir. No quieres pensar, sabes que piensas más de noche que de día y evades cada una de las condenas que te hace tu conciencia. Temes al insomnio que se empeña en arrebatarte la almohada y quitarte las cobijas; así ha pasado desde hace más de tres meses.
Estás casi frente a tu casa y al acercarte más a la puerta, distingues que la luz de tu habitación está encendida. No es la de tu recámara, es la del patio trasero. ¿Olvidaste apagarla en la mañana?, te preguntas, no respondes, pero sientes incertidumbre; te detienes por precaución y piensas en la bastas ocasiones en las que estuviste de pie en ese mismo lugar temiendo por lo quepodría haber dentro de tu casa; no prestas importancia y caminas.
Sopla el viento fuerte y freso; en febreroes común que se respiren vientos fríos durante las noches en las periferias de Colima. Te detienes observas y miras a tu alrededor miras las luces y buscas encontrar el sonido de algun ave ciega que cante de día, pero no hay ruidos. Has llegado, estás ahí frente a tu casa sabes que no es una noche normal, lo percibes, lo sientes diferente.
Justo cuando vas abrir la puerta después de girar por segunda ocasión la llave en la chapa piensas que alguien estará adentro de tu casa esperándote con un arma blanca dispuesto a cortarte la yugular… ¡Nah!, borras la idea de tu cabeza. Sabes que nadie te estará esperando para matarte, pero no anulas la posibilidad aunque crees que sería ridículo que un ladrón te espere sólo para salir por la puerta principal. Los relojes, los perfumes, la ropa y los zapatos bien caben en una maleta, pues es eso lo único de valor que tienes. La estufa, el colchón, la sala, el comedor y la tele son reliquias que más bien te cobrarían por regalarlas.
Piensas otra vez más antes de abrir la puerta. Comienzas con las ideas estúpidas de siempre. Te imaginas a siete sujetos vestidos de negro sentados en tu sala, todos con máscaras de calaveras. Tienes miedo, pero te sientes cansado. Tratas de escuchar por la puerta si hay ruido alguno. No lo hay. Entras.
La luz del patio te guía hasta el apagador de la cocina. Percibes algo extraño, no sabes qué. ¿Un aroma? ¡La casa está recogida! Te das cuenta al momento en que enciendes la luz sin explicarte qué ocurrió. Quién fue quien se atrevió a robarte el orden inmerso en el desorden al que te habías acostumbrado a tener después de un mes.
Quién irrumpió en tu casa para barrer, trapear y sacudir. En el patio la ropa está tendida después de haber sido lavada. ¿Quién, quién, quién? te preguntas mientras recorres el pasillo que te lleva al baño. El espejo está puesto, limpio y las paredes de la ducha lavadas. Sabes que se necesitó de un día entero para transformar tu hogar que no huele más a atún ni a comida podrida. Te lavas el cabello, la cara y te desvistes sin entender nada, orinas evitando ensuciar de nueva cuenta el excusado. Realmente no te explicas, pero estás cansado y tienes que dormir, pero agradeces la limpieza que el ser desconocido hizo mirando al techo.
Estás parado frente a la puerta de tu recámara. Giras la cerradura con el mismo temor con el que abriste la puerta principal. Mil cosas pasan por tu cabeza… Es una sensación incómoda pero por un momento desearías que algo trágico ocurriera; vuelves escuchar detrás de la puerta. Esperas escuchar algo… No hay ruido.
Entras. Estás a punto de tener un paro cardíaco. Ella grita y sale de tu ropero dando un salto para ponerse frente a ti. Creíste que te habías deshecho de ella y ahora no entiendes por qué está en tu habitación, Por qué recogió tu casa y por qué está ahora cuando tus piernas se encuentran destrozadas por el cansancio y tus oídos no están dispuestos a escuchar a alguien.
-¡Sorpresa!... (sonríe y te ve los calzoncillos). ¿Oye, así es como recibes a las visitas?, ¡Sí que has bajado de peso! Muy bien por ti…. Pero qué casa tan cochina tienes. Tú no eras así; tampoco así (después de mirarte)….
-¿Qué haces aquí?, preguntas como lo primero que se te vino a la mente.
-No empieces de preguntón. Mejor agradece que me puse a limpiar tu casa. Oye, pero estoy sorprendida… cómo lo hiciste. Mira ya te pareces a lo que querías ser… bueno al menos ya te quedan las camisas que te regalé.
-¿Qué haces aquí? , insistes con un tono de angustia y con ganas de decirle "tan bien que estaba si tí y regresaste", no lo dices, pero lo piensas.
-Bueno, bueno. ¿Quieres saber? No te voy a decir. Bueno, sí, sí. Te voy a decir… ¡Me brinqué! Ya sabes cómo es una de preguntona y me dijeron que aquí vivías, llegué hasta aquí entonces decidí entrar para ver cómo estabas, ya veo que mal. Entonces se me hizo tarde recogiendo y lavando tu ropa, justifica así su presencia con la intención de que la invites a dormir.
Ahí está ella frente a ti. La que nunca deja hablar. La que juzgas como loca porque un día simplemente se fue de tu casa porque los horóscopos le habían indicado que habría que cambiar de rumbos. Lo tomó tan a pecho que simplemente te dijo esa mañana: “El horóscopo me dijo que habría que cambiar de rumbo… me voy, al norte creo yo, adiós amor, cuídate y pórtate bien”.
Qué se hace en esos momentos cuando lo único en lo que piensas es en dormir y tienes la voz de una mujer, que deseabas no volverte a encotrar, hablando, hablando, hablando.
-Cómo extrañaba eso.
-¿Qué?, contestas sin reaccionar.
-Que te quedes perdido como idiota. ¿Oye te invito una cerveza?. ¿Quieres? ¡Vamos! Di que sí ¿sí? (otra vez esa mirada que a la que nunca podía decir que no).
- No tengo cervezas en el refrigerador, ¿Whisky?
-Uh, vaya, vaya. Ahora hasta de whisky. En serio que has cambiado en… ¿Cuatro meses, tres, dos? no recuerdo pero que sorpresa, que gusto. Ok. Me voy a dar el lujo ¿Qué dices de tu casa? Quedó bien ¿no? Si pones este bambú aquí se verá mejor, yo digo, te dice mientras ordena cada una de las cosas que tienes en la sala.
- Sabías que el amor es la masturbación del alma, comentó... después suena tu celular. Lo abres y es una llamada de un número desconocido.
Sales al patio y contestas, y preguntas lo de siempre –Bueno… ¿Quién habla? - tú conciencia - ¿Quién habla?... -Habla ella, la persona con la que estabas conversando hace un minuto en tu sala. Me tengo que ir sólo pasé a limpiar tú casa. Cuídate, sé que estás bien. Adiós.
Regresamos al momento de partida.
Estás casi frente a tu casa y distingues que la luz de tu habitación está encendida. No, es la del patio trasero. ¿Olvidaste apagarla en la mañana?, te preguntas. No respondes, sientes incertidumbre y justo cuando vas abrir la puerta después de girar por segunda ocasión la llave en la chapa piensas que alguien estará adentro esperándote con un arma blanca dispuesto a cortarte la yugular… ¡Nah!, borras la idea de tu cabeza. Sabes que nadie te estará esperando para matarte, pero no quitas la posibilidad aunque crees que sería ridículo que un ladrón te espere sólo para salir por la puerta principal. Los relojes, los perfumes, la ropa y los zapatos bien caben en una maleta, es lo único de valor que tienes. La estufa, el colchón, la sala, el comedor y la tele son reliquias que tendrías que pagar para que se las llevaran.
Piensas otra vez más antes de abrir la puerta. Comienzas con las ideas estúpidas de siempre. Te imaginas a siete sujetos vestidos de negro sentados en la sala con máscaras de calaveras. Tienes miedo, pero te sientes cansado. Piensas que la verás y que hablarás con ella. Aquella que se autonombraba tu conciencia y la que de un día a otro se fue por que el horóscopo así lo pidió. Tratas de escuchar por la puerta si hay ruido alguno. No lo hay. Entras. De entre el desorden de tu casa vuela un papel que dice: “Si estuve aquí, en otro tiempo, en otro espacio. Lo pensaste antes de que ocurriera. Por eso no ocurrió”.