domingo, 22 de febrero de 2009

Más allá de los telones

Cristian es un gran artista, de los mejores que hay. Domina la actuación, el canto y la danza, realmente como él había pocos que demostraran tanta entereza en el escenario, que lo robara con su simple presencia y que las luces no sirvieran más que de adorno, ya que brillaba con luz propia.
Un día, después de haber terminado una actuación, fue aplaudido y reconocido como nunca; esa noche el público se puso de pie, después de su demostración tomada por perfecta, artistas, críticos y amigos lo felicitaron diciéndole que como él no había nadie más, que era el mejor y que podría conseguir lo que quisiera si continuaba en el mundo del teatro y de la danza.
Al recibir las felicitaciones, Cristian notó que el teatro estaba lleno de compañeros, de profesores y amigos suyos, desconocía a muy poca gente que estaba presente en la función y distinguió por primera vez que siempre eran las mismas personas las que asistían a ese tipo de eventos culturales.

Regresó a su camerino después de recibir halagos. Mientras se vestía, se miró en el espejo y se preguntó así mismo ¿qué es lo que quiero?, ¿Qué es lo que puedo conseguir en esto que amo tanto, pero si siempre actúo para las mismas personas?, se sintió vacío y por un momento reflexionó qué era lo que quería exponer en sus obras, en sus monólogos, en su coreografías, se preocupó y se sintió envuelto en un pequeño mundo de 200 personas a las que siempre ha considerado criticas dentro del mundo de las artes escénicas, pero que ahora para él era un mundo muy chico y su opinión no significaba tal vez lo que siempre había pensado.

Los minutos pasaron en el camerino y al vestirse y regresar a su papel de Cristian, el ser humano, no el actor, caminó al escenario por debajo de los telones, al rebasarlos se paró frente a las tribunas y después se sentó en el filo del escenario. Se imaginó el teatro lleno de gente desconocida, de personas que nunca antes había visto, le agradó la idea de ver niños corriendo por los pasillos, señores bostezando y mujeres callando a sus chiquillos, de poner en esas filas a las personas que nunca habían asistido a un teatro, a las que sus amigos llamaban de incultos, aquéllos que prefieren ver telenovelas y que no les llama la atención su trabajo, porque lo consideran aburrido.
Ocasionalmente, mientras estaba sentado sonreía al visualizar todas las imágenes a las que no estaba acostumbrado en sus funciones y se preguntó ¿entenderían lo que les quiero decir? ¿Cómo hacer para que lo que quiero expresar llegue a ellos? ¿De qué sirve si hago una obra teatral, un baile, un discurso acerca de la libertad, si se los presentó a gente que ya sabe eso y que son políticos, profesores, estudiantes, artistas o empresarios? ¿Qué es lo que busco? si la gente, toda la gente viera mi trabajo ¿lo entendería?, se quedó callado, pensando en respuestas e imaginando teatro, teatro, danza, pintura en las calles, en las escuelas, en los jardines, no sólo en talleres y museos.
Se sintió peor, al recordar que ha representado el papel de un mecánico, un lavacoches, un tubero, un zapatero, un travestí, un payaso, un campesino. ¿Cómo se atreven a decir que son incultos, si son ellos los que hacen la cultura, los que transforman el mundo, los que apenas les alcanza para algún lujo y nosotros simplemente nos robamos sus vidas?, ¿cómo puedo pedir que vengan y llenen el teatro si el boleto cuesta 200 pesos? ¿Cómo es posible que esto que hacemos se le llame arte, si sólo es estética y un punto de reunión para los que tienen? ¿Cómo hacer que entiendan el mensaje aquellos, que ya lo saben, pero que se niegan a abrir los ojos?, ¿Son ellos para los que debo trabajar?. Se levantó, salió por la puerta trasera y dejó plantados esa noche a los que llenaron el teatro y lo esperaban en el brindis

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