Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Escribo una vez más, sin conciencia de lo que hago, escribir para desahogarme... por terapia, con afán de qué, para qué… no sé, ¿para curar el estrés? Cuando todo parece que está bien, siempre hay algo que hace que las cosas cambien de color, que cubre esa “estabilidad” con una cortina gris que no deja pasar el sol, la luz. No sé si los agujeritos que dejan pasar diminutas luces sean una esperanza. Mis miedos aparecen retratados en la ventana, ¿es la silueta del rostro de mi abuelo? O de alguna persona de la tercera edad, siempre aparece cuando me siento así, acaso dirá “qué poco aguantas” mientras se recoge el sombrero…
Estoy irónicamente contento, irónicamente, porque no lo estoy, pero sonrío. El viejo que aparece en la ventana me habla, pero después, cuando le pido una respuesta, se va. Hace frío en la habitación, colgar una bolsa de hielo del ventilador ha funcionado.
Extraño a Gus, mi perro hippie que murió hace un año. Mis amigos no están, seguramente duermen o escriben algún capítulo de la tesis, cosa que me encuentro haciendo. Pero quince minutos de descanso y de replantear muchas cosas, sé que no hacen mal a nadie, minutos que no están en la agenda pero sí que sirven como aliciente para seguir trabajando o para definir perspectivas de a dónde quiero llegar.
Una llamada… ¿quién será?, ¿un ángel?… sí, lo es. Cuelgo, otra más, otro ángel, ¿un mensaje?… ¿presienten algo? Están allí… los que se burlan de la borrachera de la semana pasada, los que como yo comparten tiempo para bromear un poco y decir… “wey, no he acabado esto, ¿no tienes algún antidepresivo? Jajaja”, “niño, feliz día retrasado, ¿qué tal la tesis?”. “Oye, me debes 300 pesos desde hace un año, te voy a cobrar intereses”. No tengo antidepresivos. No soy un niño, por desgracia. No tengo dinero y los cigarros se han terminado, el café está amargo y frío, y el Red Bull me ha vuelto loco, la silla la rompí, no he terminado el reportaje para el sábado… y… ¿la cámara?, ¿dónde la dejé? Un policía me detuvo por sospechoso, dos perros me persiguieron, las llaves las extravié y esa foto que puse la semana pasada en mi buró ya la tengo que ocultar.
Nicotina, pan, café y agua, silencio, miedo y frío. Cenizas, envases vacíos y boronas de pan, una taza sucia… hay que quitar la cortina. No es un mal día, es un día en el que hay mucho que hacer, debería preocuparme si no tuviera responsabilidades, gente que confía en mí y el compromiso de cumplir un sueño, tal como lo diría mi abuelo que aparece una vez más en la ventana, para decir adiós.
Todo tiene un inicio y un fin. Aprendí. Lo único que espero es dejar algo importante y que mi presencia no haya sido en vano, yo aprendí. La tesis la empecé… ahora la termino. Esta columna empezó, y ahora… adiós, hasta la próxima semana
domingo, 22 de febrero de 2009
La silueta del abuelo
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