sábado, 26 de julio de 2008

Miguelito

Por Carlos Alberto Pérez Aguilar


-María, ¿estás despierta?… María , María, ¿estás despierta?, dime algo por favor, dime algo. ¡Respira!, ¡ándale grita!, ¡Hey! Vamos no estoy jugando. T

Todo empezó hace más de 15 años, un día como cualquiera, como todos los demás en Manzanillo; con calor, el ruido del tren, la solitarias garzas posadas en las rocas y la luna estampada en el mar. María caminaba solitaria por el viejo malecón de Manzanillo, todos los días, a la misma hora, poco antes de las 12 de noche, justo después de cerrar la cortina oxidada de la farmacia que atendía muy cerca de la estación del tren.

María es hermosa, morena clara, ojos color de miel, cabellos suaves y de cuerpo capaz de seducir a cualquier coronel o capitán de los buques que arriben al puerto, a cualquier mercader a cualquier hombre que se le acercase. Dominante como sirena, pero ingenua como caracol, incapaz de defenderse de los temibles tiburones ansiosos por devorarla cuando la ven caminar.

-¡Buenas… noches María! - Todos la saludan cuando la ven pasar, excepto un hombre. Miguel es su nombre, y es él quien siempre se levanta de la banca del jardín para perseguir a María, nunca lo hace de cerca, teme a ser descubierto y rechazado por la mujer.

Después de varios meses María se sintió perseguida. Sabía que alguien la acompañaba hasta su hogar, hasta que un día una amiga le comentó que siempre un hombre le seguía. Sí, era Miguel, ese que era descrito como chaparrito, regordete, orejón y nauseabundo, aquél que caminaba renco y que era pescador quien siempre en la bolsa del pantalón llevaba una libreta y un lápiz, en la bolsa de la camisa una flor que colgaba de bolso marchita por cargarla todo el día.

María se sintió asustada, dudaba del hombre, lo juzgó antes de conocerlo. Temía que un día el hombre se acercara más a ella, se sintió acosada hasta que después de un año de dudas decidió encararlo.

-¿Por qué me sigue señor?, le pido que no lo haga, que me deje en paz. ¿Qué quiere?

El hombre no dijo nada, giró su rumbo asustado por la cercanía de María y por los gritos que le decían que se que se alejara. No es un hombre loco, no es un hombre tonto; es un pescador que no puede hablar, es mudo, sordo y si lleva la libreta es para conversar con las demás personas; la flor que siempre porta en su bolsillo es todos los días acompañada por una nota que dice: “para María”.

Al otro día Miguel sigue a la mujer de nueva cuenta. Ella grita: “me sigue un hombre, me acosa” y apunta a Miguel. Los policías lo detienen, él no puede hablar, sólo se deja llevar por los policías que exigen respuestas y lo llevan a la cárcel.

Un día entero pasó allí, encerrado, escribiéndole a María, esperando que ella entendiera que lo único que quiere es amarla, cuidarla, protegerla; está consciente que nada los puede unir; ella es bella, él sólo un pescador mal habido. Miguel sale la noche siguiente, mientras piensa si debe continuar siguiendo a María, porque es la única manera en que puede sentirla cerca, pero cree que esa noche piensa que ya no es conveniente y no asiste al jardín a esperar a María hasta la siguiente semana.

Son las doce de la noche, un hombre cierra la cortina oxidada de la farmacia y María no está. Miguel no la ve, recorre el frente de la farmacia y camina por detrás, por si acaso hubiera otra salida, no la hay; Miguel no la ve, corre de un lado a otro, la busca en el jardín; no puede hablar con nadie, nadie le responde.

Se detiene en una banca y anota en su libreta: “¿y María?, ¿Dónde está?”; la muestra a los hombres y mujeres que aún están en la plaza. Nadie le responde sólo un hombre anciano que sabe que Miguel la ama.

“Sé que tú la amas muchacho… Te veo todas las noches, todos los días. Sé que si tú hubieras estado nada hubiera pasado Miguelito... Te conozco desde hace mucho tiempo; todos sabíamos que la cuidabas, menos ella. Sabes vino un Marino muy bien parecido, la conquistó y la llevó a su casa; antes de llegar hizo con ella lo que quiso, lo peor: la aventó a la laguna... apareció esta mañana ahogada”, le contó el anciano a Miguel.

Miguel corrió hasta la laguna que queda detrás de la casa de María, recorrió toda la orilla esperando encontrar algo de ella, no encontró nada. Sólo silencio y el sonido del agua de la laguna movida por el viento, la luna se refleja aún más, en su bolsa no está la flor, olvidó arrancar una del jardín como siempre lo hacía. Se va a su casa.

Al llegar a su casa anota en una hoja de su libreta : “-María, ¿estás despierta?… María , María, ¿estás despierta?, dime algo por favor, dime algo. ¡Respira!, ¡ándale grita!, ¡Hey! Vamos no estoy jugando dime que me amas, no me digas adiós.

Tiene una vida entera de supuestos diálogos con María guardados en un cajón. Sólo en su mente puede hablar, sólo en su mente María murió en sus brazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

una muy bonita historia, felicidades...!!