Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Minutos después de las once, me largo, te dejo. Después de esa hora en tu cama estarás sola y mis pies en la calle. ¿Qué fue lo que pasó?... comúnmente no lo sé. Pero ahora lo entiendo y creo que tú también. No tienes nada que decir. No sueles hablar. Sólo callas.
A mi me parece que amar es pelear. Y lo entiendo así porque parece que el ego, la soberbia y el orgullo es lo que nos hace estar juntos. ¿Para qué?... Tampoco hay respuestas, al menos no las tienes, no las tengo. Sólo encuentro cuando pregunto miradas tuyas que reclaman, encuentro gestos que exigen algo que quisiera poder entender, pero nunca, nunca, nunca dices algo.
Te acuerdas que un día me dijiste que todo esto cambiaría. Que creceríamos juntos, que nuestros hijos serían felices. Pero en ellos sólo hemos contagiado esta ira que nos tenemos uno al otro. ¿También te acuerdas cuando no peleábamos?… ¿Te acuerdas?, ¡recuerdas qué bien estaba todo!. ¡Qué bonito que no me gritaras y que yo tampoco a ti! ¡Qué bonito era saber que trabajábamos los dos, por un ideal! ¿Cuánto duró eso?... ¡ja!, ahora me da risa.
Te confieso lo que siento y pido disculpas por no poder dejarte. También por no abrazarte después de hacernos el amor. Por no decirte que te amo cuando estás triste. Por golpearte cuando sueles fastidiarme. Por arrancarte la libertad que antes de mí tenías. Pero en serio, te amo.
A veces, después que pasa esto me doy cuenta que estoy un poco loco. Me doy cuenta que desvarío, pero no quiero perderte nunca. Perdón. Sé que no he sido el hombre ideal, ¡Como si alguien lo fuera!. Pero sé que me entiendes… ¿Por eso me soportas?, porque me entiendes. ¿Por qué me amas?
Creo que el amor sin guerra no es amor. Siempre inventamos algo para discutir y también para reconciliarnos. ¿Qué sería el amor sin guerra?... ¿Será que te amo tanto que sólo contigo soy lo que soy?ç
-Anoche escribí esto para ti. Anoche que supuestamente te dejé – comenté después que ella leyó esta carta.-
¿Será eso?, que sólo conmigo eres lo que eres – dijo ella recargada en mi hombro con las sábanas cubriéndole su cuerpo desnudo.
-Perdón – supliqué mirándole a los ojos. -Claro que sí – respondió añadiendo un beso al momento, que después de algún tiempo olvidaré.
miércoles, 30 de julio de 2008
Amor y Guerra
domingo, 27 de julio de 2008
Los códigos de lealtad
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Los códigos de lealtad se establecen en diálogos y no necesitan firmas, se plasman en un libro inexistente con letras transparentes pero que tienen más valor que cualquier documento que se tenga que firmar ante las leyes políticas, religiosas, sociales y morales o cualquier otra que pudiera existir.
Firmar un papel es el acto puro de negación de confianza, cuando en la lealtad, es la confianza el sujeto más importante de cualquier oración, de cualquier hacer. Veo con tristeza que un papel tenga más valor que la palabra. El olvido, es únicamente un pretexto que el hombre utiliza para no hacerse responsable de un acto.
Todo ser humano por naturaleza busca un cómplice, un escudero, una compañía que dé comodidad en los momentos más difíciles y una suma de reconocimientos por los triunfos, por mínimos e insignificantes que sean. La lealtad aconseja, cuestiona, critica pero no intenta imponer su voluntad, pone una gruesa barrera de hierro cuando dice: “es tu vida, es tu decisión, yo te apoyo y estaré contigo” comúnmente los círculos de lealtad son reservados y sólo pertenecen a ciertos grupos o individuos que crean murallas que deben ser impenetrables.
Los secretos se narran uno a uno, cuando ese sentir de compatibilidad y de entendimiento se unen para convertirse en una sola palabra: “confianza”. Cantar, reír, llorar, mentir, confesar. Escuchar una y otra vez, dar una opinión.
La lealtad es el valor más grande que debe haber entre seres humanos; es el único sentimiento que nos hace mantener relaciones diferentes a las que pudiera tener cualquier otro grupo animal existente en esta tierra, aunque por fortuna hay animales que demuestran una lealtad incondicional para con el humano, pero la diferencia de la lealtad entre un animal y un ser humano es que no existe conversación, que es el único medio de comunicación fraternal. Un perro se sienta a un lado tuyo y te observa cuando estás triste. En cambio, un humano se coloca a un costado de ti, te observa, pero también te dice: “estoy contigo” y después te abraza.
Cuando a alguien le es quebrantado el código de lealtad, la sangre que corre por sus venas se convierte en lava, generan un ardor dentro del cuerpo que se siente justo de bajo del pecho y recorre, hirviendo, cada una de las venas del cuerpo, provoca malestares como mareos, dolor de espalda y una incesante necesidad de buscar respuesta a las preguntas: “¿Qué pasó?, ¿Por qué pasó?”... causa también insomnio y mal humor, se representa por medio de ojeras y aliento alcohólico, en la búsqueda obstinada de las respuestas a esas preguntas.
En cambio, aquél que violó los códigos de lealtad es castigado por un pequeño y diminuto ser que busca implantarse en lo más profundo de las entrañas, que son ese lugar oculto del organismo que se encuentra entre lo físico y lo espiritual.
También aquél al que no se le respetó el código de lealtad procrea este microscópico individuo al no encontrar contestaciones que le expliquen la desobediencia del código de lealtad del otro.Las entrañas están cercanas al intestino delgado y si la conciencia lastima al ser humano es porque hace un largo viaje dentro del cuerpo; por mucho tiempo permanece en el cerebro, es por ello que lastima tanto, al final, cuando se instala en esas entrañas y encuentra un departamento disponible en el edificio de los errores, se queda ahí, quieto, pero de vez en cuando se asoma para decirte “ya cometiste este error”, e involuntariamente se produce la necesidad de decir: “aprendí”.
Creer, ser fiel, ser coherente y congruente son los requisitos básicos para los códigos de lealtad que establecen en el primer párrafo una frase trillada que dice: “no hagas lo que no te gustaría que te hicieran”, así inicia este código el cual finaliza: “a quien haya cumplido plenamente con este código de lealtad, su nombre será escrito en letras doradas y por la eternidad, en este libro inexistente, por esa persona o personas con la cual cumpliste lealmente cada uno de los pasos a seguir en este código de lealtad”.
sábado, 26 de julio de 2008
Maletas, calzado, perfumes y quizás, un par de prendas
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Se nos pasa el tiempo entre miedos, sueños y tristezas; no hay palabra humana que escriba el guión perfecto para esta, nuestra historieta.
El bueno, el malo, el feo y la bella son estelares de cualquier novela. Los castillos de reyes y chozas de palo, parte indispensable de cualquier maqueta.
No hay historia que no cuente una vida sin algún problema, tampoco hay leyenda que no regale entre sus líneas, una moraleja.
Vivir para después nacer, nacer, sí, en otra tierra, aseguran algunos aunque el destino y el infinito por desgracia, no tiene una silueta perfecta.
Entre números, estadísticas y cuentas llenamos libretas, tratando de comprender con cifras todo eso, todo aquello, que los ojos no dejan.
Maletas, perfumes, calzado y quizás un par de prendas. Es imposible dejar de pensar que lo que importa es lo que hay en una cartera.
Se nos pasa el tiempo entre desechos, entre basura, entre mierda. Entre ruido, humo, negocios y gente que grita en la miseria.Mañana vendrá un día más, o quizás un día menos para aquellos que viven enfermos, la mayoría con diagnóstico de una enfermedad común, llamada tristeza.
Ancianos hay muchos y que quieren hablar, lástima que hay pocos jóvenes o niños que estén dispuestos a escuchar.
Sentir que lo trivial es importante, es como decir que el vino es mejor que el agua, o como pensar que el caviar tiene mejor sabor que un pan hecho en casa.
Mentir, gritar, pelear, discriminar son palabras que pocos aceptan, ya que todos tienen como ideal luchar en contra de la violencia.
El silencio es parte de la música, tanto así que en las partituras se distinguen en cada uno de los pentagramas algunas bolitas negras. Quien calla oculta y quien llora muere.
Me subo ahora en el camión de las seis, a la espera que me lleve al lugar aquél, donde el sol se pierda entre el mar, entre las nubes y las montañas, mientras que mis pies lucharán por perderse también para alcanzarlo, en el otro lado del mundo, al enterrarse en la arena.
Miguelito
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
-María, ¿estás despierta?… María , María, ¿estás despierta?, dime algo por favor, dime algo. ¡Respira!, ¡ándale grita!, ¡Hey! Vamos no estoy jugando. T
Todo empezó hace más de 15 años, un día como cualquiera, como todos los demás en Manzanillo; con calor, el ruido del tren, la solitarias garzas posadas en las rocas y la luna estampada en el mar. María caminaba solitaria por el viejo malecón de Manzanillo, todos los días, a la misma hora, poco antes de las 12 de noche, justo después de cerrar la cortina oxidada de la farmacia que atendía muy cerca de la estación del tren.
María es hermosa, morena clara, ojos color de miel, cabellos suaves y de cuerpo capaz de seducir a cualquier coronel o capitán de los buques que arriben al puerto, a cualquier mercader a cualquier hombre que se le acercase. Dominante como sirena, pero ingenua como caracol, incapaz de defenderse de los temibles tiburones ansiosos por devorarla cuando la ven caminar.
-¡Buenas… noches María! - Todos la saludan cuando la ven pasar, excepto un hombre. Miguel es su nombre, y es él quien siempre se levanta de la banca del jardín para perseguir a María, nunca lo hace de cerca, teme a ser descubierto y rechazado por la mujer.
Después de varios meses María se sintió perseguida. Sabía que alguien la acompañaba hasta su hogar, hasta que un día una amiga le comentó que siempre un hombre le seguía. Sí, era Miguel, ese que era descrito como chaparrito, regordete, orejón y nauseabundo, aquél que caminaba renco y que era pescador quien siempre en la bolsa del pantalón llevaba una libreta y un lápiz, en la bolsa de la camisa una flor que colgaba de bolso marchita por cargarla todo el día.
María se sintió asustada, dudaba del hombre, lo juzgó antes de conocerlo. Temía que un día el hombre se acercara más a ella, se sintió acosada hasta que después de un año de dudas decidió encararlo.
-¿Por qué me sigue señor?, le pido que no lo haga, que me deje en paz. ¿Qué quiere?
El hombre no dijo nada, giró su rumbo asustado por la cercanía de María y por los gritos que le decían que se que se alejara. No es un hombre loco, no es un hombre tonto; es un pescador que no puede hablar, es mudo, sordo y si lleva la libreta es para conversar con las demás personas; la flor que siempre porta en su bolsillo es todos los días acompañada por una nota que dice: “para María”.
Al otro día Miguel sigue a la mujer de nueva cuenta. Ella grita: “me sigue un hombre, me acosa” y apunta a Miguel. Los policías lo detienen, él no puede hablar, sólo se deja llevar por los policías que exigen respuestas y lo llevan a la cárcel.
Un día entero pasó allí, encerrado, escribiéndole a María, esperando que ella entendiera que lo único que quiere es amarla, cuidarla, protegerla; está consciente que nada los puede unir; ella es bella, él sólo un pescador mal habido. Miguel sale la noche siguiente, mientras piensa si debe continuar siguiendo a María, porque es la única manera en que puede sentirla cerca, pero cree que esa noche piensa que ya no es conveniente y no asiste al jardín a esperar a María hasta la siguiente semana.
Son las doce de la noche, un hombre cierra la cortina oxidada de la farmacia y María no está. Miguel no la ve, recorre el frente de la farmacia y camina por detrás, por si acaso hubiera otra salida, no la hay; Miguel no la ve, corre de un lado a otro, la busca en el jardín; no puede hablar con nadie, nadie le responde.
Se detiene en una banca y anota en su libreta: “¿y María?, ¿Dónde está?”; la muestra a los hombres y mujeres que aún están en la plaza. Nadie le responde sólo un hombre anciano que sabe que Miguel la ama.
“Sé que tú la amas muchacho… Te veo todas las noches, todos los días. Sé que si tú hubieras estado nada hubiera pasado Miguelito... Te conozco desde hace mucho tiempo; todos sabíamos que la cuidabas, menos ella. Sabes vino un Marino muy bien parecido, la conquistó y la llevó a su casa; antes de llegar hizo con ella lo que quiso, lo peor: la aventó a la laguna... apareció esta mañana ahogada”, le contó el anciano a Miguel.
Miguel corrió hasta la laguna que queda detrás de la casa de María, recorrió toda la orilla esperando encontrar algo de ella, no encontró nada. Sólo silencio y el sonido del agua de la laguna movida por el viento, la luna se refleja aún más, en su bolsa no está la flor, olvidó arrancar una del jardín como siempre lo hacía. Se va a su casa.
Al llegar a su casa anota en una hoja de su libreta : “-María, ¿estás despierta?… María , María, ¿estás despierta?, dime algo por favor, dime algo. ¡Respira!, ¡ándale grita!, ¡Hey! Vamos no estoy jugando dime que me amas, no me digas adiós.
Tiene una vida entera de supuestos diálogos con María guardados en un cajón. Sólo en su mente puede hablar, sólo en su mente María murió en sus brazos.
Después de los veinte
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
Las cosas han cambiado después de los veinte. Las sumas, las restas son indispensables para tantear lo que un salario rinde. Antes, cuando niño no entendía para qué me servirían las matemáticas; las cuentas ahora no me salen como pensaba y necesito aquellas clases que me expliquen eso de la división. Las responsabilidades castigan las horas de diversión, de tiempo libre, de televisión, de miércoles de cine. Cae la noche, estoy cansado y mañana… otra vez, la excitante rutina que elegí y que no cambio por nada, me siento productivo, ahora con orgullo puedo sentirme alguien, aunque no sea ese alguien que soñé. “las cosas con calma”, pienso, para no frustrarme cuando veo cómo rápidamente pasan los días.Satisfacciones laborales suprimen aquellas etapas de sonrisas entre amigos a la salida de clases. Los amigos quedan para sólo espacios reducidos de tiempo; los capuchinos frapés se extrañan cuando el calor era pretexto para reunirnos, ahora bebo sólo un sorbo, la temperatura derrite el frapé y no puedo disfrutar la crema chantilly, pues me hastía; todo es culpa del calentamiento global con este calor quien se quiere empalagar.¡Un café cargado, por favor! Pido para incentivar la imaginación y para aguantar la jornada que inicia a las nueve de la mañana y terminará en la noche cuando los ojos no resistan más. Las chicharras me arrullan, la computadora queda prendida y ahora toda aquella música sin letra me relaja.El tiempo ha pasado, no hay vuelta atrás, las diferencias sociales duelen como siempre, pero comprendo más de corrupción, de sacrificios, de hambre, de injusticias. ¡Necesito un carro!, ¡una computadora! Y… una casa de INFONAVIT. Después cuando hago ese reclamo al espejo, recapacito, prefiero por ahora no encontrar estabilidad pues si la encontrara dejaría de soñar, dejaría de valorar el trabajo que cuesta tener las cosas, tendría tiempo y dinero para divertirme, dejaría de pensar en un avión, millones de libros, una empresa y mi residencia con un grande jardín.Sobre los libros tengo mucho que decir. Yo un joven que odiaba leer páginas por preferir leer momentos, observar, sólo eso, leía lo que la demás gente decía; ahora me veo en la necesidad de hojear, de leer, de entender, de aplicar… Leo de ética, de estética, de finanzas, filosofía, literatura… todo aquello que me dé soluciones ante el complejo mundo que vivo ahora y que trato de entender, realmente hay algunos que cierro después de la introducción, cuando no entiendo nada.No es por presumir, ¡pero ya escribo en la computadora sin ver el teclado!… pero lo malo, es que me sorprendo menos de las cosas, he dejado de pensar práctico, con lógica porque le temo a cometer errores. Antes no temía a equivocarme, ahora, una falla lo veo como el fin de todo.Siento en estos momentos que las estrategias no son tan buenas porque implican buscar perfección, no razón. Una mujer se acercó a mí hace unos días y me dijo “señor usted es reportero” primero me sorprendió que me dijera “señor”, después que me identificara como reportero por el simple hecho que traía una cámara fotográfica. La señora amablemente me saludó y me dijo “¿Por qué siempre los reporteros, los periodistas hablan sobre temas políticos? Qué no saben que uno la verdad no los entiende, porque no podemos leer siempre los periódicos. La política es la novela más sádica de todos los días, una novela aburrida”.El reclamo se extendió “mire, es que lo que pasa que creo que sólo los que leen los periódicos son los políticos porque se defienden uno de otros de lo que dicen en los medios”… ¿Tendrá razón?, me pregunté inmediatamente después de que habló, pero me convenció cuando exclamó: “¡y a nosotros, la gente nos quieren comprar con páginas enteras de fotografías de nosotros, la gente que no es política cuando estamos en un bar, en una fiesta!”, eso es lo que pasa, aunque quizás duela admitirlo.Después propuso algo muy interesante: “¡ya vio dónde está parado! Vea las banquetas, las coladeras… ¡huela la mierda que brota del drenaje! quizás no leamos el periódico, pero sí vemos que ustedes hacen algo por eso… lo compraremos y después, entenderemos todo si lo aplican a nuestras necesidades” Razón, razón, razón; cosas simples que atañan la vida cotidiana, aquellas cosas que nos molestan y que por las prisas, no somos capaces de ver. Le doy toda la razón señora Mercerdes. Es a lo que me refiero, razón, sentido común, cosas simples… las ciudades crecen, todas por igual, las enfermedades siguen y el Clembuterol, es engaño a final de cuentas, corrupción… uno se da cuenta cuando la carne no rinde en la mesa, y cuando el arroz y los frijoles son la dieta de todos los días, pero ahora sin tortillas, porque no a todos les alcanza. Pasa lo mismo con la gasolina cuando el tanque no se llena, ¿usted tiene carro?, lo entenderá.¿A dónde hemos llegado?.. Me pregunto cada vez que platico con ancianos que extrañan sus antiguas tierras, sus antiguas lagunas que ahora sólo yacen en sus memorias, que algún día se esfumaran como se esfuma la naturaleza. ¿Globalización?, la justificación, ¿sobrepoblación?, la necesidad... no las hay.