Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
-¿Quieres venir?- me preguntó rozando con su lengua mi oído, conquistándome inmediatamente con su voz suave, pero ligeramente rasposa, lo suficiente como para mostrarme que era diferente a las demás mujeres.
Apenas cumplía los 22 años pero su vida la llevaba como una mujer de 30. La encontré en un bar, vestida de blusa negra escotada y de minifalda blanca que apenas le cubría las piernas. Encontré a la mujer que seducía a cualquier hombre y que generaba la envidia de las demás mujeres por la firmeza de sus muslos, por la perfección de sus glúteos, por la delicadeza de su rostro, la exquisitez de sus labios y lo penetrante de su mirada disparada de su par de ojos verdes.
Después de pasar 10 minutos sentado en un banco frente la barra, solitario, divagante, tocándome las sienes con una mano y tomando con la otra mi celular en la espera de alguna llamada o algún mensaje, se acercó ella, la mujer de hermosas piernas, la que muchos denominaban como la reina del mundo, aquélla que nadie podía tocar, la que mencionaban que se reía de los hombres por que decía que era más fácil domar a un hombre que a un animal. Creo que para la gente se hacía llamar Ursula, había diferencias, para ella la gente eran las masas que la observaban y la criticaban por ser como era, las personas aquellos y aquellas que la respetaban y la admiraban por ser lo que era, una mujer, no un objeto.
Se acercó y me preguntó rozando con su lengua mi oído:
-¿Quieres venir?-No gracias - respondí rápidamente. Antes que pudiera pensar y me dejara llevar por mi conciencia excitada por sus palabras y por sus caricias olor a menta.
-Ven, acompáñame - insistió de la misma forma, acentuando las primeras sílabas de cada palabra con su aliento en mi oído y poniéndose de frente para hipnotizarme con su mirada.
-No gracias, espero a una persona - dije confundido mientras ella arrebataba de mi mano el teléfono para apretar con su mano la mía, para después soltarla y recorrer sus uñas por mi brazo.
-¿No te gusta cómo huelo?- insitió.
-Sí, pero no te puedo acompañar, lo siento. - fue lo primero que se me ocurrió
-¿A qué le tienes miedo? - cuestionó asistiendo una vez más a mi oído.
-A nada, pero no te puedo acompañar –aclaré realmente atormentado porque mi mente ya era suya.
-Vámonos de aquí, afuera está mi camioneta, no te voy a insistir más ¿vas?
-No.
-¿Seguro? - al momento en que encontró mi mirada una ocasión más.
-Sólo aquí afuera, es que… realmente espero a alguien –persistí. Después, no pude más.
Acepté arrastrado por su olor y hechizado por sus ojos.
Me llevó hasta su camioneta, una camioneta blanca marca Audi. Al cerrar las puertas sacó de la guantera una bolsa con cocaína, preparó la línea blanca en el asiento y la inhaló.
-Eres periodista ¿verdad?, -preguntó al momento en que se sacudía la nariz.
-Intento serlo, quiero serlo,- respondí mientras le quitaba algunos restos del polvo blanco de su nariz, con tal de acariciar su rostro.
-Muy bien me da gusto, sé que te va ir bien. ¿Quieres? - apuntó la bolsa con la droga.
-No gracias, espero a alguien – era la única excusa que podía decir.
-¿Quieres? - tocó sus senos y su entre pierna – mientras exhalaba suave y profundamente y levantaba el rostro queriendo mirar las estrellas por el quemacocos que abrió con sus manos.
-No… gracias - dije con una sonrisa de me declaraba nervioso y con una mirada que me anunciaba excitado.
-¿Quieres hacerte el difícil?
-No, pero... - me tomó y me arrebató un beso. Puso una de mi mano en sus pechos, metiéndola por la blusa. La solté, pese a que la deseaba.
-Espera, ahora no - le dije.
-No me recuerdas ¿verdad? – preguntó.
-Te he visto aquí pero nada más – aclaré. asustado pensando en que quizás se trataba de una trampa o de un engaño.
-Cuando éramos adolescentes, en la secundaria. Tú me ayudaste cuando varios compañeros quisieron abusar de mí, cuando me tiraron, me golpearon, cuando me gritaron cosas y me lastimaron. Por tí me dejaron en paz y no me hicieron nada más, quiero agradecerte.
-Disculpa, pero me acuerdo de ti - traté de recordar su rostro, su imagen o alguna fotografía, sin embargo no recordé nada.
-Mañana vienen por mí. Ando metida en rollos gruesos y quiero despedirme, me chingué a un narquillo, lo maté y van a matarme. No puedo escapar. Quiero contarte mi historia y que la escribas. ¿Puedes hacerlo?
-Sí... pero… estoy confundido…
-Sólo escribe que fui feliz tres años, tuve todo en tres años. Viajé, conocí, disfruté lo que no merecía en tres años. ¿Valieron la pena?, ¡mañana muero!, ¿valieron la pena?, ¿dime? ¿valieron la pena?... no. Gracias, por todo…
-Vente, vámonos, te puedo esconder - Hablé buscando una solución inmediata que le pareció absurda.
-No puedo hacer nada. Me agarraron. Me están viendo, tengo hasta mañana a las 12 del día - dijo muy seria y después me besó en la mejilla mientras lloraba, después repitió.-Gracias, muchas gracias.
lunes, 6 de octubre de 2008
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